La suegra dijo que ella misma se encargaría de comprar las flores para
llevar al cementerio a la tumba de su propia hermana y de su madre, porque hoy
era fechas de muertas. Sí, ya tendrá que comprarlas ella, las benditas flores.
Como siempre, la suegra dirá que se le olvidó porque ha tenido mucho trabajo y
gastos. Más que suficientes, con los nuevos arreglos que están haciendo en la
casa. ¿Sabrá que hay que desmontar las puertas para pintar y, sobre todo,
atender muy bien a las personas que trabajan en casa de uno? La mañana estaba diáfana,
como regalada para sentirse bien. Se puso de pie y abrió el balcón para luego
iniciar la preparación del más que abundante almuerzo. ¡Qué fiesta, qué fresco
hacía! Siempre tenía esa impresión cuando, con el leve chirrido de las
bisagras, que ahora le pareció oír, abría de par en par la ventana del balcón y
salía hacia el aire libre. ¡Qué fresco, qué calma sentía! Más silencioso que
éste es el aire a primera hora de la mañana, luego de una buena noche con Raúl,
su marido. Entonces se le cruzó lo que habló con Ernestina, molesta, porque estaba
harta del abuso de esos viejos, tanto, que si los hubiera conocido antes, no se
hubiera casado. Vienen siempre sin avisar,
a que uno les sirva el almuerzo, la merienda y, también, a llevarse algo
de comer como para dos o tres días. Porque a su suegra, ella misma lo dice y lo
repite hasta el cansancio, no le gusta cocinar. Sin embargo, una sensación
recorría su cuerpo, mientras estaba de pie ante el balcón abierto. No era el
aire fresco. Algo iba a ocurrir en esa casa. Lo que nunca pensarías tú, no es
necesario que te lo jure, es que Antoñito, con toda la inocencia de sus cuatro
años, asomaría la cabeza detrás del sofá donde estaban sentados los suegros
recién llegados, esperando que les invitaran a pasar al comedor, y dijera, a
toda voz:
—Abuelos, ayer mamá le dijo a Ernestina que está harta de ustedes y que
si los hubiera conocido antes no se hubiera casado con papá.
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