jueves, 23 de abril de 2015

Ante la enorme puerta




            Su abuelo siempre le había contado de aquella enorme puerta, antigua y  bien cerrada.   Enclavada en la montaña. Esa que se eleva en medio de un extenso valle atravesado por el río que baja desde su cima, el mismo río que casi bordeaba nuestro pueblo, le había dicho, Todos los que sabían sobre ella, estaban seguros que, dentro de la montaña, había algo oculto. Pero nadie, nunca, había encontrado la llave que permitiera abrirla. Aunque intentaron hacerlo por todos los medios y con todos los recursos, sin lograrlo. La puerta, había resistido los embates. Ni con palabras mágicas, ni con ensalmos y menos con oraciones, la antigua puerta fue abierta por nadie. Una vez, siguió diciendo mi abuelo, una pareja de enamorados que venían bajando la montaña, después de subirla desde su otro lado,  siguiendo el delgado curso del río en un verano intenso, encontraron en una de sus orillas, debajo de una piedra que reverberaba, un viejo manojo de llaves. Cuando, por fin, llegaron al pie de la antigua puerta cerrada, comprobaron que una de las tantas llaves calzaba perfectamente en su cerradura. Al abrirla, se encontraron con una habitación iluminada que tenía una mesa pequeña con una llave en su centro y otra puerta cerrada a su fondo. Abrieron la nueva puerta y, otra vez, una habitación iluminada, una mesa, una llave, otra puerta cerrada. Continuaron desde allí, hasta abrir cuatrocientas noventa puertas más. Agotados, en común acuerdo, los enamorados decidieron detener su recorrido. Juraron, mutuamente, parados ante esa última puerta no decir nada de nada, a nadie. Se regresaron y cerraron con su llave la cerradura de la puerta enclavada en la montaña. Luego, se acercaron a las orillas del río, en su sitio más caudaloso, y lanzaron la llave al centro profundo de sus aguas. Muchos años después, la mujer, en su lecho de muerte, le contó esta historia. Los ojos del abuelo mostraron un brillo.

—¡Qué lástima!—me comentó. Detrás de la antigua puerta cuatrocientos noventa y uno hubieran encontrado el verdadero Jardín del Edén. Eso sí, no puedo decirte cómo lo supe.
 
Texto: Armando Quintero. Ejercicio para presentar en el Taller del Profesor Fedosy Santaella del Diplomado de Narrativa Contemporánea 2015 que venimos realizando.  Ilustración:  detalle de una puerta antigua tomada de Google.

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