El apartamento del abuelo está lleno de cuentos. Tiene libros casi desde el piso hasta el techo.
Y móviles, títeres, juguetes y muñecos de trapo.
Algunas veces, le pido que me suba en sus brazos. Es para poner a volar a un caballo azul con alas y un cuerno en la frente.
Otras, para mover a unas mariposas de obsidiana que parecen revolotear entre unos tubitos de metal, que suenan como campanitas.
Algunas veces para tomar una vaquita azul en un trozo de madera. Y la lanzo al piso así la abuela la recoge, una y otra vez.
O paso a la habitación de los abuelos. Hay un caballo y un burrito de cabeza de trapos. Son Rocinante y el burro de Sancho.
Otras, el abuelo me lee o me cuenta unos cuentos que le contaba su abuelo. O que leyó. Algunos, los ha creado él.
O, jugamos con la pelota de playa o a escondernos.
Algunas veces me dejan en mi cuna-corral para jugar con mis juguetes. Y, me gusta encontrar allí a mi caballito verde.
Es un caballito de felpa que el abuelo me regaló. Suave, muy suave. Más bien se parece a una almohada.
A mí me encanta mucho abrazarlo. Tiene la suave ternura de los brazos de mi abuelo cuando me apapacha.
Y porque, poquito a poquito, me voy durmiendo sobre su barriga. Y, sin dudas, ambos volamos en sueños…
Cuento de Armando Quintero. Pertenece al libro "Nicolás y su abuelo que cuenta"