Alberto se miraba en el espejo.
Detrás
de él, apareció ella.
Silenciosa
como siempre.
Lo
miraba y parecía sonreírle.
-
Hola – dijo Alberto. Sin voltearse.
-
Hola – respondió ella.
-
Estoy viejo. Ya tengo muchos años.
-
Nunca llegarás a los míos.
-
¿Vienes a buscarme?
Ella no respondió.
En esos segundos, Alberto recordó a El séptimo sello, la película de Bergman
que había visto varias veces en su juventud.
Pero también recordó que no estaban
en la Edad Media, no habría una Peste Negra tan devastadora, ni brujas, ni
Inquisición…
Y, para colmo, él no sabía jugar
ajedrez.
-
Te propongo algo –dijo Alberto, mirándola de
frente: Juguemos a La Vieja.
Los
ojos de ella parecieron ponerse redondos como el dos de oro.
Era
evidente que le gustaba el juego.
Después
de varias partidas ella le ganó.
-
Es que, como siempre, tú tienes la última
jugada – le comentó Alberto.
-
Perdón, el último silencio – corrigió ella.
El más largo de todos.
Texto de Armando Quintero / Ilustración tomada de Google entre las imágenes de José Guadalupe Posada.