El abuelo me regaló un caballito de palo. Tiene una florida cabeza de trapo. Y unas largas crines de lana.
Se parece mucho al Rocinante y al burro de Sancho Panza que están en su habitación. Pero el palo de su cuerpo está a mi medida.
Es tan bonito como comerse una manzana a punto. Apenas lo miras, sientes muchas ganas de montarte en él. Y darte un paseíto.
Espero que mi triciclo no sienta muchos celos de sus ojos de enormes botones negros. Veré qué hago para lograrlo.
Y mi escoba de jugar, menos. Porque, aunque algunas veces puede ser un caballo, nunca será lo mismo que él.
Ya le encontré un lugar como establo. Es el rincón al lado de la cabecera de mi cama.
Y nunca lo pondré del lado que da a la ventana. No sea que una noche quiera saltar hacia el parque, a comerse la hierba nueva.
Anoche dormí a los saltos, pensando en ello.
Mi abuelo me dijo que no me preocupara por alimentarlo. Ni por darle de beber agua fresca.
Que le eran suficientes unos rayitos de luna llena y unas pocas gotas de rocío. Porque él se alimentaba en los sueños.
Me tendré que acostumbrar a su maravillosa presencia.
Porque casi voy a creer que no me lo regalaron si no, que fui yo el regalado. En tanto, estaré muy atento para ser su mejor amigo.
Cuento de Armando Quintero. Pertenece al libro "Nicolás y su abuelo que cuenta"
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