Angelino era un ángel.
Y no sólo por su nombre.
Pero, como sucede en algunos
cuentos, no lo era a tiempo completo.
Muchas veces hacía cosas diferentes.
Amarraba una nube con otra.
Les hacía zancadillas a otros ángeles.
No para verlos caer sino volar.
Preguntaba cosas inquietantes.
Sobre todo a los ángeles más viejos.
O hasta escondía las llaves de San
Pedro.
Pero lo que más disfrutaba era
escaparse.
Y pasaba horas recorriendo cielos.
Hasta que una bandada de ángeles
salía en su búsqueda.
- ¡Ay!
– comentaba su abuela – Este Angelino me va a sacar plumas verdes.
- Ni
tanto, abuela – respondía, con sonrisa angelical - Hoy me portaré bien.
Y lo cumplía. Por ese día, por
supuesto
Una mañana, por la puerta falsa de
una nube, bajó a la Tierra.
Desde lejos comenzó a escuchar una
música festiva.
Y descubrió a un circo que desfilaba
por la calles de un pueblo.
Con su orquesta.
Sus artistas.
Sus animales amaestrados.
Y sus fieras.
Y,
Angelino, ¡se enamoró del circo!
Tanto fue su asombro que se marchó
con él.
Oculto entre los pliegues de la
carpa mayor.
Cuando lo descubrieron pidió que le
dejaran.
- Trabajaré
en lo que sea – propuso Angelino. Y aprenderé.
Comenzó barriendo las pistas.
Limpiando la jaula de los monos.
Lavando a los elefantes.
Dando de comer a los tigres y a los
leones.
Después aprendió de los
malabaristas.
Se aventuró con los trapecistas y
equilibristas.
Se atrevió con los domadores.
Así descubrió que lo que más le
gustaban eran los payasos.
Y se hizo payaso.
Logró ser de los mejores de ese
circo.
Un día le entró el temor de
transformarse en una marioneta.
Y el temor fue creciendo.
Se le fue metiendo por la piel, por
los cabellos, por las plumas.
Había que empujarlo para que saliera
a escena.
Esto sucedió diez, veinte, muchas
veces.
Hasta que no pudo soportarlo más.
Comenzó a elevarse poco a poco.
Se suspendió un momento en el aire.
Dijo adiós con un pañuelo.
Y salió por el hueco superior de la
carpa.
A todos les pareció que su vuelo iba
a ser eterno.
Sin embargo regresa.
Y, ahí se queda.
Detrás de las gracias, los juegos,
las miradas.
Detrás de aquello que nos llena de
admiración y asombro.
De lo que nos llena de ternura.
Texto: Armando Quintero Laplume / Foto: Héctor Rodríguez Cacheiro
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