sábado, 27 de julio de 2013

Tomás y el río

Talla en una madera labrada por el Río Cebollatí realizada por Tomás Cacheiro.


            A Tomás, el río le corría por las venas.
            También por sus músculos y por sus vellos.  
            Y hasta en el brillo de sus ojos.
            Y en el sonido de sus voz.

            Uno oía al río en todo su cuerpo.           
            Uno lo veía correr allí entre barrancos.
            O explayarse en arenales.

            Y, hasta calmarse en sus remansos.
            Con todos sus cantos de aguas dulces.
            Y todos sus silencios.

            Y hasta uno lo sentía con sus bagres y tarariras.
            Con sus pejerreyes y mojarras.
            Con sus crecidas y bajadas.

            Una y otra vez…
            Una y otra vez…
            ¡Una y otra vez!

            Es que para Tomás
            el río le fluía como la vida fluye.

            Y en él, uno la volvía a ver, a oír, a oler.
            Como se ve, se oye y se huele al río.

            Cuando Tomás se despertaba en las mañanas
            -       con el canto de los pájaros -
            no le costaba levantarse.

            Es que el río lo llamaba,
            como a un amigo,
            como a su hermano.

            Para Tomás, el río le fluía
            -       como a su sangre -
            ¡y era su vida!

            En su cuerpo semidesnudo nadando por el río.
            Remando en sus aguas.
            O pescando en sus honduras.

            Y lo era más
            arrastrando los troncos de sus orillas.
            O moviendo el barro de sus barrancas.
            O sólo deteniéndose a mirarlas. 

            Y así como el río,
            Tomás fue creando sus cerámicas.
            Tan imposibles de paciencia,
            tan a fuego lento en sus cocidas.

            O simplemente, descansando
            -       a la sombra de los árboles -
            o, al rumor de los vientos.

            En los amaneceres y los atardeceres.
            O bajo la  luna y las estrellas.

            Y una y otra vez,
            a la luz y al tiempo,
            uno lo vuelve a escuchar
            depositando preguntas como frutos,
            como flores, como hojas recién nacidas.

            Una y otra vez: renovando como siempre
            la alegría, la ternura y el asombro.
            Que en él, son más poderosas que la muerte,
            las separaciones y las dudas.
            Más vivas que la vida.

Texto: Armando Quintero Ilustración: madera labrada de Tomás Cacheiro

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