El sol aún no estaba ni cerca de asomarse y ya nadie podía dormir.
Eran los festejos de “El día de la Raza” y como siempre, “¡a lo
grande!”.
Todo tenía que estar listo antes que comenzaran a llegar los vecinos,
los amigos y los invitados especiales, por eso las correderas en la estancia.
En los fogones, las mujeres hervían las enormes ollas cuarteleras con
todas las carnes y verduras más duras. Y, le agregaban las papas y verduras más
tiernas, así terminaban de hacer “la olla podrida”. Los hombres en tanto, arrimaban
más brasas debajo de las parrilleras que, poco a poco, asaban los corderos y
vaquillonas. Los lechones, hacía rato que se venían haciendo. Algunas achuras y
chorizos estaban listos y circulaban, con trozos de pan recién horneado, para
acompañar los vinos y refrescos.
A mitad de la mañana la estancia
era un tumulto de voces, movimientos y colores. Había llegado la mayoría de los
vecinos, amigos e invitados.
Un niño merodea mirando y escuchando
todo aquello.
– El español trajo a su señora y a
sus hijas.
– Y que le costó como cinco años, pero, ya. Llegaron hace unos
días.
– Dicen que ella baila de lo mejor y que él quiere que hoy lo
haga.
– Tiene que ser así: acabo de ver unos trajes españoles, bien
bonitos. Con mantillas, abanicos y castañuelas. Los guardaron en las
habitaciones.
– Como que se va a poner buena la cosa… ¿no le
parece?
Los ojos del niño se agrandaron
imaginando el momento.
El español, muy emocionado, venía
presentando su familia a todos.
De pronto la mujer se detuvo y ante la sorpresa general, se quebró en
llantos.
Cuando el niño se acercó para alcanzarle un vaso de agua fresca, ella se
secó las lágrimas y con mucha ternura, le pasó una mano por el rostro. Luego, al
tiempo que tomaba el vaso entre sus manos, dijo:
– ¡Muchas gracias! No pude soportar
ver tanta carne para comer. En mi país, con la guerra, pasamos muchas
necesidades. Recordé que, en mi aldea se turnaban los vecinos de toda la calle
para comprar un hueso con carne. A la familia que le tocaba era la que se comía
la carne y pasaba el hueso pelado a la casa siguiente. Para que la sopa tomara
un saborcito. Día a día, se pasaban el hueso hasta llegar al final de la calle.
Y, en orden se turnaba al comprador…
– La Guerra Civil arremetió con su odio. Y la postguerra, lo completó. No
quedó una familia que no tuviera, al menos un preso, un detenido, un exiliado,
un muerto y un desaparecido. Las guerras
y las dictaduras, son socias fieles de la muerte –agregó el marido.
– Invadieron
instituciones y agrupaciones hasta la interioridad de cada una de las familias,
de cada una de las personas –dijo la mujer.
– ¡Joder! Y las que vimos y tuvimos que soportar
para sobrevivir.
Para algunos de los que oyeron, les pareció que lo que se llama
historia, estaba ahí, en esas cosas, a veces ni tan grandes, pero vividas por la gente y que al quedar
guardadas en algún lugar de la memoria si, por alguna causa, vuelven a pasar
por sus corazones, es para volcarse hacia los otros.
– Este país es culto y tranquilo –dijo el español. No para algo así.
El niño vio y escuchó todo aquello.
Arriba, en el cielo, una bandada de negras aves de rapiña revoloteaba en
círculos. Sus sombras se proyectaban, enormes, sobre el descampado.
El niño, sin saber aún por qué, lo guardó en su memoria.
Ilustración realizada en PAINT: Niño con pájaro negro sobre su cabeza, Armando Quintero.
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