Mini
cuentos para pintores
LAS
MANOS EN LA CUEVA
Tal vez, dentro de muchos años, no
estemos habitando esta cueva. Pero hemos pasado muchos soles y muchas lunas
para pintar estos toros, bisontes, renos y caballos. Incluso, hasta nuestras
ceremonias de cacerías. Y, ¡nos han quedado tan hermosas! Sería de lamentar
que, quienes lleguen después de nosotros, no se enteren de sus hacedores. Pido
que, uno por uno, pintemos la palma de nuestra mano izquierda. La del corazón,
porque fue con el sonido de sus pulsaciones que logramos lo creado. Nos
reconocerán, por nuestras huellas porque, como cazadores lo sabemos, ninguno de
los pulpejos de nuestros dedos es similar a los de las manos del otro - con
estas palabras, llenas de gestos y
movimientos, se expresó la joven artista rupestre ante los integrantes de su
clan, al terminar de cubrir los muros de la cueva de Lascaux.
POR
UN PAR DE ANTEOJOS
Escuchen cómo se expresan esos
llamados críticos y especialistas en arte. Como siempre: puras palabras que
sobran, y poca pintura que muestran. Sólo les pido que guarden el secreto de
cómo sucedió esto y, por supuesto, traten de experimentarlo. ¡Me resulta muy
divertido pero, sucedió así! Me olvidé de mis anteojos. Como no quise
desaprovechar lo caminado, no me regresé a buscarlos. Esto me permitió pintar
como lo hice. Y, si ustedes lo hacen, entre todos, encontraremos un nuevo modo
de pintar nuestros lienzos. Y, hasta crearemos, posiblemente, una novedosa
escuela que, esos que ahora hablan, ya le encontrarán un nombre para llamarla –
decía Claude Oscar Monet, en un rincón de la galería, ante Édouard Manet,
Pierre – Auguste Renoir, Camille Pizarro y un grupo de alumnos y amigos.
Todos
se miraron, como dispuestos a guardar un silencio cómplice.
LEYENDA
PERSONAL
La gente habla y habla cuando uno ha
decidido ser algo más que el consumero que siempre han conocido. Así han tejido
muchas leyendas sobre mi persona – comentaba para sí Henri Rousseau ante su “La
gitana dormida”, recién pintada -. Nunca conocí los animales y las selvas que
pinto. Nunca estuve en África, ni en México. Nunca me dieron clases de dibujo,
ni pintura. Por años sólo fui un guardia en la Dirección de Impuestos
de Paris. Nunca un aduanero. Pero, cuando noté que, amanecer cada día para
hacer las mismas cosas, me volvía la mirada gris, como los niños, dejé que
saliera hacia fuera el arco iris que llevo dentro. Ahora, después de tantos
años, he logrado concretar mi obra. Ésta es mi verdadera leyenda personal. Yo
soy como esa gitana que duerme en las desoladas arenas bajo la luz de la luna,
vestida con un traje de arco iris, cubierta su cabeza por un manto, al lado de
una jarra de agua y una mandolina. Ella viaja así. Y, como yo, se realiza en
sus sueños. Va apoyada en su bastón y protegida por ese león de cola alzada que
la olfatea, mientras vigila atento que nadie interrumpa los pasos de sus viajes
por los estupendos y desconocidos países que recorre.
Los textos pertenecen al libro Sucedidos de Armando Quintero.
Fueron publicado el sábado 20 de septiembre en Literales de TalCual, página
15.
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