A todos los que resistimos a los violentos avatares
del momento y reconocemos que aún existen niños que acarician los pétalos
de las flores o lanzan besitos a los pájaros que revolotean en los jardines de
sus edificios.
Me gusta un país que tenga pueblos como
el de "Un caballo que era bien bonito" o el de "Mi mamá en un
pueblito de recuerdos". Con seres maravillosos que nos digan "Rezo el
Credo" y lo hagan con el carisma y la emoción con que aún lo hace nuestro Aquiles
Nazoa.
Me gusta un país que tenga más de un unicornio azul con alas. Y que, aunque pequeñito, revolotee siempre sobre nuestras cabezas y llegue a nuestros dispuestos corazones.
Me gusta un país que tenga más de un unicornio azul con alas. Y que, aunque pequeñito, revolotee siempre sobre nuestras cabezas y llegue a nuestros dispuestos corazones.
Me gusta un país
donde habite una vaca que se pinta de azul porque de oídas se enamoró del mar.
Y exista, también, una guarida de lobos y lobitos como los que habitan en
"Un lugar en el bosque".
Me gusta un
país que alegre te dé los "buenos días" al subir al autobús o al
metro; que siempre te retribuya con unas "muchas gracias" ante
cualquier ofrecimiento, y sea capaz de brindarte las sonrisas y las miradas que
brotan desde adentro.
Me gusta un país donde el otro te
pregunte: "¿qué necesita, el amigo?". Y no te rechace o te denigre
porque no usas el mismo color de su camisa o, así de simple, no compartas con
él los mismos corazones o la misma cantidad de estrellas.
Me gusta un país donde el temor y la
muerte no abran heridas que no se cerrarán nunca y puedan ser más fuertes que aquellas
que hicieron la desconfianza y el odio por el sur de Nuestra América en los
años setenta.
Me gusta un país donde la amistad corra
a millares de abrazos por amigos y la velocidad de un caracol sea mayor,
siempre, a la desesperación. Y sepa, sin dudarlo, quiénes son “los poetas que
en el mundo han sido” para abrirle las puertas y ventanas del corazón.
Me gusta un país donde el pan de cada
día sea amasado con el trabajo de todos. Y con la harina que ponemos en común y no por la corrupta
hiel que nos hace reforzar las diferencias.
Me gusta un país, sin dudas, donde
encuentre un camino para que todos podamos decir: - ¡Al fin encontré la paz, la
verdadera, la del corazón sincero, la de la rosa blanca de José Martí! Y no la
que nos encamina encorvados a los sepulcros.
Me gusta un país donde no haya juegos
ocultos debajo de las mangas, ni en maletines de viajeros o en cheques
abultados que aparecen de pronto en lejanos aeropuertos. Ni te compren tus
saludos con aplausos de focas o supuestos decretos legales. O tengas que vender
tus decisiones a treinta monedas por papeles.
Me gusta un país donde la autoridad de
sus ciudadanos no nos parezca que está dirigida desde las cárceles. Y podamos
ver, por siempre, menos muertos en sus calles y avenidas que a todos sus niños jugando,
alegres, en sus plazas.
Me gusta, en fin, un país donde no tengas que irte para
convocar a la vida sino, sencillamente, la convoques en cada gesto sencillo y
simple como el de compartir una migaja de pan, un sorbo de agua, un cálido
abrazo… O, la sonoridad de una canción que diga: - “Te quiero, nos queremos
porque, simplemente, me quiero”.
Texto: Armando Quintero Laplume. Versión actual y nueva de un texto anterior. Foto: Mery Sananes.
Texto: Armando Quintero Laplume. Versión actual y nueva de un texto anterior. Foto: Mery Sananes.
Qué decirte, Armando, este texto te sintetiza y te conjuga. Ese país al que te refieres, el que todos llevamos muy adentro, tú le has puesto canto, gesto y palabra, a través de todo tu hacer. Artesano permanente del amor, has procurado encender la imaginación, avivar los mejores sentimientos del niño, para ofrendárselos a los hombres. Lo has construido en sueños y lo has hecho realidad en tus cuentos de la vaca azul, llevándole a tantos, el otro mensaje, el del asombro y el abrazo, el de la emoción y la devoción por todo lo diminuto que nos revela la esencia mayor de lo que somos. Ese país tú lo pones a volar en cada representación, en cada movimiento mágico de tus manos, que invocan los más altos designios del vivir. Gracias por decirlo de esta manera, para quien no lo entienda mirando la sonrisa de un niño, escuchando el rumor del agua o navegando por el corazón de una flor. Muchos abrazos.
ResponderEliminarMuchas gracias, Mery. Un hermoso y poético comentario que, como siempre, me llega en lo personal y nos llega en lo familiar, por supuesto, a lo más hondo del corazón. Como siempre.
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