martes, 22 de enero de 2013

Nicolás y la lámpara maravillosa



Nicolás paseaba por el jardín y se encontró una lámpara. Era una lámpara vieja, muy vieja. Como la del cuento de Aladino.
-         A menos que esté soñando, esta lámpara se le parece- dijo.
Sin pensarlo dos veces, se quitó su gorra y la restregó varias veces sobre ella. Se hizo una humareda gigante.
Y, en medio de ella, una voz tronó:
-         ¡Por haberme liberado, te concedo nueve deseos!
-         ¿Nueve? – se preguntó Nicolás - ¿En el cuento eran tres?
Cuando la humareda se disipó, apareció el típico Genio de la lámpara con su vestuario conocido.
Era un hombrecito, así de pequeño. Pero con voz de bajo.
-         ¡No!, no estoy devaluado. Son muchos siglos dentro de esta lámpara. A medida que pidas, creceré. ¡Ordena!
-         ¡Déjame pensar! – respondió Nicolás, mientras se decía - ¡Huy! Éste como que te lee la mirada. 
-         ¡Apúrate! ¡No me gusta esperar mucho! – ordenó el Genio.
-         Quiero una caja grande para guardar mis cosas, dos molinetes bailarines que se parezcan a ti y tres coronas de reyes. Una para mí y otras para cada uno de mis mejores amigos.
-         Deseos cumplidos – aseveró el Genio.
Al frente de Nicolás estaban una caja llena de joyas. Dos molinetes bailarines de zafiro y oro. Y tres hermosas coronas cubiertas de diamantes. Una enorme. Y dos más pequeñas, de plata.
-         ¡Ay, no, Genio! Con esas cosas no puedo jugar. ¡Juguemos a las escondidas! – propuso Nicolás. Yo cuento primero.
Tanto se alegró el Genio, que le pidió a Nicolás:
-         ¡Juguemos a  “Corre que te pillo, corre que te agarro”.
Y cuando ya estaban cansados de jugar, el genio dijo:
-         ¡Pide otra cosa! Te quedan seis deseos.
-         ¡Qué silencio! – comentó Nicolás – Falta algo de ruido.
Y el Genio le entregó un raro objeto lleno de sierras.
-         ¡Oh, no! – dijo Nicolás. No era eso lo que quería.
-         Piénsalo y después lo dices. Te quedan cinco deseos.
Nicolás pensó, pensó… y pensó.
-         ¡Recuerda que no me gusta esperar! – gruñó el Genio.
-         Ya lo tengo. Quiero una casa para mi osito de peluche.
Frente a Nicolás apareció una extraña casa llena de colores.
-         Ahora quiero algo que al soplar aparezca y desaparezca. Y un árbol que, bajo su sombra, pueda leer y volar en sueños.
De inmediato, Nicolás tuvo un pote con coloridas pompas de jabón y un árbol oscuro con nueve llaves blancas y azules.
-         ¿Y qué más? – preguntó el Genio, que ya era muy grande. Te queda el último deseo.
-         ¡Ya lo tengo! - gritó Nicolás. Una fiesta para invitar a todos.
Y, sin cuentos, Nicolás tuvo la mejor fiesta de su vida.
Aún se comenta de lo maravillosa que fue.
Ustedes se preguntarán: Y el Genio, ¿cómo estuvo en ella?
Fue muy fácil para él: ¡Se convirtió en el colchón inflable más grande visto en cualquier fiesta!

Cuento para narrar con el libro de David A. Carter Un punto rojo, Combel Editorial, Barcelona, España, 2004.  Texto: Armando Quintero /  Ilustraciónimagen tomada de Google.

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