viernes, 8 de abril de 2011

Cosas de la vida

Ilustración tomada de La Cueva del Wendigo de Davo Valdés dela Campa



Lobo Feroz se sentía triste. Muy triste.
Estaba solo. Muy solo.

Cuando comenzaron los rumores, al principio, no les hizo caso.
Sus allegados sabían que su amistad con el cordero, lo habían vuelto vegetariano. 
Además, era seguro que ni su estómago, ni el de nadie, soportarían la carne fresca de una niña.
Y, menos, después de haberse devorado a una abuela completa.

Lo del cazador lo inventaron después.
Porque a los chimes, cada uno le agrega un detalle.
Hasta transformarlos  en una gran bola de nieve que aumenta al rodar.
Y no se derrite. Crece al calor de las palabras.

Cuando los rumores  aumentaron  y notó que las liebres huían al verle, comenzó a preocuparse.
Y,  al no poder  contenerlos, se alejó a lo más profundo del bosque.
Allí pasó sus días, sus meses, algunos años.
Los suficientes  como para que los rumores se hubiesen aplacado.

-          ¿Llamaré a Caperucita? – pensó.  Y tomó su celular mágico recién inventado.
Recordó que no sabía el número de aquella muchachita del bosque.
Y llamó a información.
-          Lamentamos informarle que  el número  de la Sra. Caperuza  Roja, solicitado por usted, se encuentra fuera de servicio  – respondió la voz mecánica de una grabación. 
-          ¿Señora? – se dijo Lobo Feroz – ¡Ya está casada! ¡Cómo pasa el tiempo! – pensó.  No creo que su abuela tenga celular. Y al cazador, ¿cómo lo voy a llamar? Ni su nombre sé.

Lobo Feroz volvió a sentirse solo.
Mucho  más solo.
Y recordó el bosque cercano a su guarida.

Recordó el tamaño de sus árboles.
Los colores de sus hojas, sus flores y sus frutos.
Recordó el aroma de sus florestas.  
Y el olor de la tierra húmeda por las lluvias vecinas.

Recordó el canto de sus pájaros. El sonido de las aguas que bajan por su río.
Y hasta el murmullo de las hojas movidas por el viento.
Recordó la pradera cercana.
A su amigo cordero y a sus hermanos.

Recordó a su madre y a su padre.
Y los juegos y carreras con cada uno de sus propios hermanos.
Recordó a su abuela.  Y a su abuelo.
Y a los aullidos de todos en cada luna llena.

Y Lobo Feroz  volvió a sentirse triste.
Mucho más  triste que al principio.

Y echó a andar.
Caminó. Caminó. Caminó.  
Y los pasos lo llevaron a su antigua guarida.

Un olor a zanahorias gratinadas con queso parmesano, se confundía entre los aromas.
-          He de estar soñando despierto – se dijo.  Siento el olor de mi plato favorito.
Pero no era así.

A la entrada de la cueva, que era la guarida familiar, había una mesa muy bien puesta.
Preparada como para una fiesta de cumpleaños.
Entre las diversas fuentes se destacaba una de zanahorias gratinadas que aguaba la boca.

-          ¡Micho, ha regresado!  - gritó el abuelo, que apareció detrás de un árbol.
Lobo Feroz recordó que así lo llamaba su familia desde pequeño.
Y recordó que se había olvidado: ése era el día de su cumpleaños.

Desde la cueva surgió la manada completa.
Con gran algarabía le cantaron:
-          “Estas son las mañanitas
Que cantaba el Rey Lobid,
 Y a los lobitos buenitos
Se las cantamos aquí”.

-          ¿Cómo sabían que llegaría hoy, si ni yo lo sabía? –preguntó Micho.
-          Sólo sabíamos que hoy era tu cumpleaños -  respondió la  abuela.  Desde que pasó lo que pasó nunca dejamos de festejarlo. 
-          Nada ni nadie podrá quitarnos esta alegría. Es una de las tantas maneras que tenemos para  correr más rápido que la desesperanza – agregó el abuelo.

-          ¿Aún te gustan los cuentos? – preguntó  Abuelo Lobo a Micho algo más tarde.
-          Si. Y si me los cuentas tú, mucho más. Y el nieto se acomodó para escucharlos.
Una enorme campana de silencio se creó de inmediato entre todos.

El cumpleaños se tornó en una verdadera fiesta de la palabra.
Se oía clarita la voz del abuelo al narrar varios cuentos sobre la tolerancia.

Para Micho ese fue el cumpleaños que más recordará.  Seguro.
Y,  con el pasar de los años,  siempre se los narrará a sus hijos y a sus nietos.



Cuento de Armando Quintero de la serie "Buenos días, Nicolás: te despierto con un cuento"

1 comentario:

  1. Un regalo agradecido y casi en secreto: para los narradores participantes en el IX Encuentro con la Palabra que se Dice. Y el entusiasta y motivador público que nos apoyó.

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