sábado, 1 de mayo de 2010
Juan, Juanita y la Princesa Seria
Princesa tomada del blog de Vanina Margaría http://vaninamargariailustraciones.blogspot.com/2009/08/serie-principes-y-princesas.html
Había una vez un cielo, con nubes, sol y pájaros volando.
Debajo del cielo un reino.
Con su bosque, su campo, su río.
Y su pequeña montaña.
En la montaña, un palacio con su torre.
Y, en la torre una princesa seria.
No reía, sólo miraba hacia el camino.
La princesa era bondadosa y muy querida por su pueblo.
Y el reino era feliz… Bueno, casi.
Todos, desde su Rey, su Reina y hasta el más pequeño de los súbditos, se angustiaban con la seriedad de la princesa.
Las personas del reino hablaban mucho sobre la seriedad de la princesa.
Unos decían que una bruja le había dado a beber un elíxir mágico.
Otros, que era un mago que se había enamorado de ella y, al no ser correspondido, le impuso el castigo de vivir sin reír.
“No, la enamorada es la princesa.” –sostenían unos terceros – “Cómo se explica que siempre está mirando desde la torre: sólo espera el retorno del príncipe azul que una vez vimos pasar por el camino”.
Todos los días llegaban juglares, trovadores, magos, malabaristas y bufones. Venían de todos los rincones del reino para alegrar a la Princesa Seria.
Algunos, hasta eran traídos desde muy lejanas tierras.
Pero ni aquellos, ni estos, lograban hacerla reír.
Ni le sacaban la más leve sonrisa.
¿Tú, reirías con unos juglares y trovadores que cantan sangrientas historias? Más bien, igual que yo, llorarías
¿Tú, lo harías con unos magos que te hacen siempre los mismos trucos con pañuelos, conejos y palomas? Te aburrirías mucho, ¿verdad?
¿O con malabaristas que hacen girar numerosas pelotas, platos, palos, botellas u otros objetos? Con tus nervios, no podrías reírte.
Y, ¿qué decir de los bufones, con esas figuras tan desiguales y grotescas como sapos enormes? Pero, sigamos con el cuento.
Una mañana la princesa estaba en la torre mirando hacia el camino.
Por el sendero salpicado de florcitas del campo, mariposas de variados colores y pájaros revoloteando, se oyó un cantar que venía por el aire.
Desde lejos.
Desde atrás de las colinas que ocultaban el camino, casi antes del horizonte.
Era una canción muy festiva.
Los labradores dejaban de sembrar para reírse.
Los bueyes y caballos de tiro se desprendían de los carros y de sus arneses para revolcarse, riéndose.
Las aves detenían sus vuelos y se posaban de nuevo en los árboles, a reír.
Los caminantes no podían seguir con su marcha, por las risas.
Todos los animales de los campos y bosques salían de sus cuevas, refugios y nidos para reír y reír.
Los árboles y las plantas sacudían sus ramas y tallos, como si un viento interior las moviera: era su manera de reír.
Los peces de los ríos y de la mar cercana, se amontonaban en las orillas y en las playas, riendo.
También, como has de suponer, todas las personas del palacio, desde los reyes, hasta el más pequeño de los súbditos...
– Mmm... ¿Todas las personas?
– Bueno, la princesa seguía en la torre, mirando hacia el camino, sin reír. Desde allí ya se veía al cantor de la canción festiva. Perdón, los cantores. El que uno de ellos, mejor dicho una, sea pequeña no le quita su importancia.
Eran Juan y su pulga mágica, Juanita.
Mucho antes de llegar a las puertas del palacio, se acercaron a Juan y Juanita unos emisarios enviados por el Rey.
Temeroso que, como el príncipe azul, pasaran de largo por el camino, le llevaban una carta, invitándolos a realizar una presentación para toda la corte.
Luego de comer, beber y descansar, a Salón Principal del Palacio lleno, Juan y Juanita realizaron su maravillosa presentación.
Registrada, luego, en el Libro de las Crónicas del Reino y guardada por muchas generaciones en la memoria de todos los abuelos y Cuentacuentos.
Los aplausos se iniciaron cuando Juan tomó la cajita y salió al centro del salón. Cuando abrió la caja y Juanita –en malla de fino terciopelo y con su mejor falda de volados y lentejuelas – saltó a la mesa, los aplausos recrudecieron.
Para repetirse ante cada uno de sus números.
Juanita saltó la cuerda, tocó la flauta y bailó.
Simuló los balidos de una oveja, los cantos de un gallo, los mugidos de una vaca, los aullidos de un lobo.
Y hasta hizo unos sonidos que asustaron a todos.
Eran los barritos de un elefante, que había aprendido a imitar cuando viajaron con Juan por el norte de África.
Dio numerosos saltos mortales, sencillos y triples.
De frente, de lado y de espalda.
Entre aplausos, ¡hurras!, ¡vítores! y ¡vivas! cerraron su actuación con la ya famosa, "Canción Festiva"
Todos aplaudían y reían, reían y aplaudían a rabiar...
– ¿Mnnn...? ¿Todos?
– ¡Sí!: ¡Todos, menos la princesa!
Juanita brincó desde la mesa donde saludaba a la falda de la princesa.
De inmediato, al centro de su pecho y de ahí a su hombro.
Luego, se acercó a su oído y le dijo algo casi en secreto.
La princesa, primero, se sonrió –leve, como toda una princesa – para, poco a poco, reírse hasta culminar en el más sonoro estallido de carcajadas.
Todos los que escuchan o leen este cuento preguntan siempre si se sabe qué fue lo que le dijo Juanita a la princesa.
Por suerte, mi bis tatarabuelo –que estaba de paso ese día en el reino, y asistió a toda la presentación – lo guardó muy bien en su memoria.
Él se lo dijo a mi tatarabuelo. Mi tatarabuelo al mi bisabuelo.
Éste a mi abuelo. Y, por él lo sé yo.
Juanita dijo:
– Bli bli bli bli, burulú bli bli, blum blam bli bli. Bli bli buruli blibli blumblam blibli.
En la familia, todos, siempre hemos lamentado no haber aprendido nunca el pulgués, el pulgñol o el pulgán. O, cómo se llame al idioma de las pulgas.
Pero nos queda el consuelo de saber que la Princesa Seria, sí, lo hablaba.
¡Y de maravillas!
Versión para niños del cuento de Armando Quintero “La Princesa que no reía”, ya publicado en el blog Cuentos de la Vaca Azul.
Ver el MIÉRCOLES 17 DE SEPTIEMBRE DE 2008.
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