Nicolás paseaba por el
jardín y se encontró una lámpara. Era una lámpara vieja, muy vieja. Como la del
cuento de Aladino.
-
A
menos que esté soñando, esta lámpara se le parece- dijo.
Sin pensarlo dos veces, se
quitó su gorra y la restregó varias veces sobre ella. Se hizo una humareda
gigante.
Y, en medio de ella, una
voz tronó:
-
¡Por
haberme liberado, te concedo nueve deseos!
-
¿Nueve?
– se preguntó Nicolás - ¿En el cuento eran tres?
Cuando la humareda se
disipó, apareció el típico Genio de la lámpara con su vestuario conocido.
Era un hombrecito, así de
pequeño. Pero con voz de bajo.
-
¡No!,
no estoy devaluado. Son muchos siglos dentro de esta lámpara. A medida que pidas,
creceré. ¡Ordena!
-
¡Déjame
pensar! – respondió Nicolás, mientras se decía - ¡Huy! Éste como que te lee la
mirada.
-
¡Apúrate!
¡No me gusta esperar mucho! – ordenó el Genio.
-
Quiero
una caja grande para guardar mis cosas, dos molinetes bailarines que se
parezcan a ti y tres coronas de reyes. Una para mí y otras para cada uno de mis
mejores amigos.
-
Deseos
cumplidos – aseveró el Genio.
Al frente de Nicolás
estaban una caja llena de joyas. Dos molinetes bailarines de zafiro y oro. Y
tres hermosas coronas cubiertas de diamantes. Una enorme. Y dos más pequeñas,
de plata.
-
¡Ay,
no, Genio! Con esas cosas no puedo jugar. ¡Juguemos a las escondidas! – propuso
Nicolás. Yo cuento primero.
Tanto se alegró el Genio,
que le pidió a Nicolás:
-
¡Juguemos
a “Corre que te pillo, corre que te
agarro”.
Y cuando ya estaban
cansados de jugar, el genio dijo:
-
¡Pide
otra cosa! Te quedan seis deseos.
-
¡Qué
silencio! – comentó Nicolás – Falta algo de ruido.
Y el Genio le entregó un
raro objeto lleno de sierras.
-
¡Oh,
no! – dijo Nicolás. No era eso lo que quería.
-
Piénsalo
y después lo dices. Te quedan cinco deseos.
Nicolás pensó, pensó… y
pensó.
-
¡Recuerda
que no me gusta esperar! – gruñó el Genio.
-
Ya
lo tengo. Quiero una casa para mi osito de peluche.
Frente a Nicolás apareció
una extraña casa llena de colores.
-
Ahora
quiero algo que al soplar aparezca y desaparezca. Y un árbol que, bajo su
sombra, pueda leer y volar en sueños.
De inmediato, Nicolás tuvo
un pote con coloridas pompas de jabón y un árbol oscuro con nueve llaves
blancas y azules.
-
¿Y
qué más? – preguntó el Genio, que ya era muy grande. Te queda el último deseo.
-
¡Ya
lo tengo! - gritó Nicolás. Una fiesta para invitar a todos.
Y, sin cuentos, Nicolás
tuvo la mejor fiesta de su vida.
Aún se comenta de lo
maravillosa que fue.
Ustedes se preguntarán: Y
el Genio, ¿cómo estuvo en ella?
Fue muy fácil para él: ¡Se
convirtió en el colchón inflable más grande visto en cualquier fiesta!
Cuento para narrar con el libro de David A. Carter Un punto rojo, Combel Editorial, Barcelona, España, 2004. Texto: Armando Quintero / Ilustración: imagen tomada de Google.