viernes, 10 de junio de 2011

Machadianas, coplas de cuentero (IV)

Luna llena asomando sobre El Ávila. Foto de Juan Márquez.

XXXVII
Cuentero que sabe serlo
primero aprende a escuchar,
a cuenteros escuchando
y así mismo en los demás.

XXXVIII
A comportarte no enseña,
ni a cómo harás tu vivir,
te abre ventanas y puertas
para dejarte elegir.

XXXIX
-¿Es lo contado verdad?
-Todo cuentero da vida
a aquello que le ha pasado
como verdad sucedida.
-¿Mintiéndola? -No, creyéndola
por más absurda, vivida. 

XL
-¿Podrás negar lo que diga?
-Sólo si notas sus dudas.
-O al mentir,  si no te cuenta,
verás- su cuento murmura. 

XLI
“Que los cuentos cuentos son”
Afirmación que no es nada:
vibra tanto el que los oye
como vibra el que los narra.

XLII
El cuentero nunca olvida,
aunque le duela el recuerdo,
porque sabe que su ahora
también lo graban los cuentos.

XLIII
...Y no  porque no los tenga
 no demuestra sus dolores.
Al sembrarlos en su barro,
se le tornaron en flores.

XLIV
Abeja, la libadora,
carga su carga de miel...
Si es cuentero el que te cuenta
nunca te dará su hiel.

XLV
“Había una vez”...Hoy es siempre,
todavía. Que el cuentero
narre el cuento. Para oírlo,
hay corazones dispuestos. 

XLVI
¿Posible soñar caminos
para sembrar en el mar?
Basta escuchar, para ver,
palabras de tu panal.

XLVII
Para entender mis razones,
ponte conmigo a dudar:
¿Será acaso un imposible
que alguien camine en el mar?

XLVIII
Sólo falta el que lo arriesgue:
siendo la mar el morir;
caminar sobre sus aguas,
¿será que enseña a vivir?

Las Machadianas, coplas de cuentero.
Del libro Los cuadernos de Julio Márez de Armando Quintero.

viernes, 3 de junio de 2011

Machadianas, coplas de cuentero (III)


Luna llena apareciendo sobre El Ávila. Foto de Paul Montilla 





XXV
“Contamos para que veas,
y no para que nos oigas”
dicen cuenteros mayores
que en el oficio se gozan. 

XXVI
Si no te preguntas nada
¿Seguro estás de tu hacer?
Si sólo esperas respuestas
nunca podrás aprender.  

XXVII
A pesar de despertarse
antes que venga la aurora,
un cuentero, entre recuerdos,
se va quedando sin horas.

XXVIII
Tuvo su puño apretado
un cuentero, en su ciudad.
Dolió su mano cerrada
aunque empuñó la verdad

XXIX
Si hallan en su cadáver
la edad que un hombre tenía,
no quedarán sin edad
los cuentos que se sabía. 

XXX
-Dios hizo de barro al hombre.
 Con un soplo le dio vida-
dijo un cuentero narrando,
que comparar no quería.

XXXI
Del barro de mis entrañas
-¡Dios me libre mi salida!-
suelto palabras al viento
para que más hombres vivan.

XXXII
En tus palabras se ha visto
claras nubes, pueblos bellos,
niños, hombres y mujeres...
las vidas que llevan dentro.

XXXIII
Cada uno, al escucharte
siente lo nombrado de ellos.
Y no ven que sólo es tuyo.
¡Vivan tus cuentos, cuentero!

 XXXIV
 Asombro,  ternura, humor...
vivos en tus puros cuentos,
hacen que nos suelte amarras
el niño que bulle dentro.

XXXV
Si una palabra se esconde,
llámala a punta de lecos.
Adentro. Sin que se enteren.
Logrando seguirle el juego.
Pero, con todo el coraje
de no callar ante el riesgo.

XXXVI
Cuentero improvisador
no es cuentero improvisado,
te cuenta lo conocido
no lo que tiene olvidado.




Las Machadianas, coplas de cuentero. 
Del libro Los cuadernos de Julio Márez de Armando Quintero.

jueves, 26 de mayo de 2011

Machadianas, coplas de cuentero (II)

 Vista de El Ávila. Foto de Juan Márquez.


XIII
No salen formas del barro
si la mano está cerrada.
No cuenta cuentos quien cuenta
con apretada garganta.

XIV
Voces, gestos, movimientos
crean tu mundo cuentero.
Desde el origen del mundo
ese mundo es el primero.

XV
Pero no todo está ahí.
Si no cuentas con tu hermano,
no te salvarán tu cuento
ni los milagros de un mago.

XVI
Poco lograrás contar
de otros cuenteros contando.
Sólo cuentas en tus cuentos,
lo que tu tierra te ha dado. 

XVII
¿Dices que nada se crea?
No te importe. Cuenta un cuento.
Y verás, cómo al contarlo,
multiplicarás tus sueños.

XVIII
Dices que nada se gana
y acaso dices verdad;
pero todo lo contamos
y todo nos contará.

XIX
¿Dices que nada se pierde?
Si te olvidas del final
del cuento que estás contando,
¿quién te podrá perdonar? 

XX
Que palabra dicha vuela
y que escrita dura, nos dicen...
¿Podrá ignorar este dicho
a quien en el viento escribe? 

XXI
“Nada hay nuevo bajo el sol”...
Nadie al contarte, midió
el brillo de tu mirada,
ni el son de tu corazón. 

XXII
¿Puedes cantarle a la vida
cuando destrozas las flores?
Cuida, en el cuento que haces,
si hay raíz en sus amores. 

XXIII
Si recoges lo que siembras,
ten cuidado en el contar;
madura cada palabra
y nada se perderá.

XXIV
No es que intentes con tus coplas
versear en tono profundo.
Sólo haces lo que sabes:
ver con palabras el mundo.


Las Machadianas, coplas de cuentero. Del libro Los cuadernos de Julio Márez de Armando Quintero.

lunes, 23 de mayo de 2011

Machadianas, coplas de cuentero (I)

 Vista de El Ávila. Foto de Juan Márquez.


I
“Que los cuentos cuentos son”
¿quién dijo que era verdad?
En mis cuentos de cuenteros,
la realidad siempre está.

II
Junto al corazón del cuento,
sueña mi voz bien dormida.
Sueña que a mi cuerpo acuna
soñando sueños de vida.

III
Entre mis cuentos de hoy
vive el cuento del pasado.
Vive feliz porque vive
fiel a aquel que lo ha narrado.

IV
Dicen que nada se crea.
Según se mire será.
Los cuentos se van contando
al modo de quien está.

V
Marchan y marchan mis pies
tras de los cuentos rodados,
¡despiertan voces dormidas
que en ellos estén vibrando!

VI
Del cuento que vas diciendo
nunca sabrás sí, en verdad,
tú eres quien lo va narrando
o, el público es quien lo va.

VII
No tendrá pausa mi cuerpo
ante el cuento que despierta.
La vida fluye sin pausa
sí tengo la voz dispuesta.

VIII
En toneles bien curados,
el vino en forma madura.
Con el corazón vibrante
es como el cuento rezuma.  

IX
Cuenta cuentos quien anduvo
en un largo trajinar.
Para contar desde adentro,
hay mucho que caminar.

X
“Nos vamos poniendo viejos”...
y, es cuentero el que se alegra:
el tiempo para añejar
en el cuento se refleja.

 XI 
Si el cuento toma su tiempo
no tiene el tiempo medida,
porque ese tiempo asumido,
al tiempo sí, determina.

XII
“Sólo talla sus maderos,
el río, cuando se agita”
No habrá de hallar sus palabras,
el cuentero si no vibra.


Las Machadianas, coplas de cuentero. Del libro Los cuadernos de Julio Márez de Armando Quintero.

miércoles, 11 de mayo de 2011

La Oveja Verde y su hermanita negra

"La oveja verde de la familia" 
200 x 150 cms. acrilico sobre tela. Tomada del blog de Andrés Mora Melanchton
http://blog.andresmora.cl/p/comprar.html

En un rebaño nació una oveja verde...
Luego de la sorpresa inicial, sus padres trataron de ocultarla del grupo de ovejas blancas al cual pertenecían. Al verla tan pequeña y tierna, temían que las otras ovejas la confundieran con un manojo de hierbas frescas.
 Fue creciendo obediente, delicada y juguetona. Con aspecto y parloteos de balar - como para siempre- el idioma de los corderitos. Algo que muy pocas ovejas blancas hacen en los lugares donde nadie escucha al otro sino a sí mismo.
 Cierto día, en un descuido, se asomó al mundo por la puerta falsa de un corral y supo que tenía una hermanita negra. Era una oveja más pequeña en tamaño pero, más grande en travesuras que ella. De una curiosidad inagotable, apasionada de los juegos, capaz de toda clase de preguntas y, sobretodo, fascinada por hacerle bromas a las grandes ovejas blancas  que siempre andan alineadas como para ser contadas, saltando cercas, a la hora de los desvelos.
Apenas se vieron, se reconocieron. Porque ambas sabían lo que cada una era con la otra. Y se fueron a recorrer mundos. Escuchando por aquí, hablando por allá y sorprendiendo por todos lados, descubriendo que el universo tiene más de siete maravillas, cinco sentidos y dos posibilidades de observarlo.
Aprendieron a amar a Charles Chaplin, a Einstein y a Pelé. A vibrar con Bach, Vivaldi y Rubén Blades. A sentir a Velázquez, a Goya, a Van Gogh y a Reverón, y disfrutarlos como cuando se lee a Mafalda, a Calvin y Hobbes, a Olafo o a Charlie Brown. A recordar las voces y los gestos de Blanca Graciela, Luis Luksic y del Tío Nicolás contando cuentos; sentir que el corazón y los oídos se encuentran igual de acompañados como cuando escuchan a Sting, los Beatles o las tonadas de Simón. A disfrutar las cosas más sencillas con Aquiles Nazoa y las menos sencillas de su credo. Para todos, aprendieron la seguridad de conocer que, aquellos que en el mundo han sido, seguirán siendo, en la memoria, vivos.
Por ello, y para ello alimentan sus relaciones con el asombro, el humor, la ternura, la bondad, la dignidad y la esperanza, recorriendo todos los espacios posibles - y aún los imposibles- con la maravillosa propuesta de contar cuentos.


Del libro Los Cuentos de la Vaca Azul de Armando Quintero. Ediciones E.V.A. /CONAC 2000

viernes, 8 de abril de 2011

Cosas de la vida

Ilustración tomada de La Cueva del Wendigo de Davo Valdés dela Campa



Lobo Feroz se sentía triste. Muy triste.
Estaba solo. Muy solo.

Cuando comenzaron los rumores, al principio, no les hizo caso.
Sus allegados sabían que su amistad con el cordero, lo habían vuelto vegetariano. 
Además, era seguro que ni su estómago, ni el de nadie, soportarían la carne fresca de una niña.
Y, menos, después de haberse devorado a una abuela completa.

Lo del cazador lo inventaron después.
Porque a los chimes, cada uno le agrega un detalle.
Hasta transformarlos  en una gran bola de nieve que aumenta al rodar.
Y no se derrite. Crece al calor de las palabras.

Cuando los rumores  aumentaron  y notó que las liebres huían al verle, comenzó a preocuparse.
Y,  al no poder  contenerlos, se alejó a lo más profundo del bosque.
Allí pasó sus días, sus meses, algunos años.
Los suficientes  como para que los rumores se hubiesen aplacado.

-          ¿Llamaré a Caperucita? – pensó.  Y tomó su celular mágico recién inventado.
Recordó que no sabía el número de aquella muchachita del bosque.
Y llamó a información.
-          Lamentamos informarle que  el número  de la Sra. Caperuza  Roja, solicitado por usted, se encuentra fuera de servicio  – respondió la voz mecánica de una grabación. 
-          ¿Señora? – se dijo Lobo Feroz – ¡Ya está casada! ¡Cómo pasa el tiempo! – pensó.  No creo que su abuela tenga celular. Y al cazador, ¿cómo lo voy a llamar? Ni su nombre sé.

Lobo Feroz volvió a sentirse solo.
Mucho  más solo.
Y recordó el bosque cercano a su guarida.

Recordó el tamaño de sus árboles.
Los colores de sus hojas, sus flores y sus frutos.
Recordó el aroma de sus florestas.  
Y el olor de la tierra húmeda por las lluvias vecinas.

Recordó el canto de sus pájaros. El sonido de las aguas que bajan por su río.
Y hasta el murmullo de las hojas movidas por el viento.
Recordó la pradera cercana.
A su amigo cordero y a sus hermanos.

Recordó a su madre y a su padre.
Y los juegos y carreras con cada uno de sus propios hermanos.
Recordó a su abuela.  Y a su abuelo.
Y a los aullidos de todos en cada luna llena.

Y Lobo Feroz  volvió a sentirse triste.
Mucho más  triste que al principio.

Y echó a andar.
Caminó. Caminó. Caminó.  
Y los pasos lo llevaron a su antigua guarida.

Un olor a zanahorias gratinadas con queso parmesano, se confundía entre los aromas.
-          He de estar soñando despierto – se dijo.  Siento el olor de mi plato favorito.
Pero no era así.

A la entrada de la cueva, que era la guarida familiar, había una mesa muy bien puesta.
Preparada como para una fiesta de cumpleaños.
Entre las diversas fuentes se destacaba una de zanahorias gratinadas que aguaba la boca.

-          ¡Micho, ha regresado!  - gritó el abuelo, que apareció detrás de un árbol.
Lobo Feroz recordó que así lo llamaba su familia desde pequeño.
Y recordó que se había olvidado: ése era el día de su cumpleaños.

Desde la cueva surgió la manada completa.
Con gran algarabía le cantaron:
-          “Estas son las mañanitas
Que cantaba el Rey Lobid,
 Y a los lobitos buenitos
Se las cantamos aquí”.

-          ¿Cómo sabían que llegaría hoy, si ni yo lo sabía? –preguntó Micho.
-          Sólo sabíamos que hoy era tu cumpleaños -  respondió la  abuela.  Desde que pasó lo que pasó nunca dejamos de festejarlo. 
-          Nada ni nadie podrá quitarnos esta alegría. Es una de las tantas maneras que tenemos para  correr más rápido que la desesperanza – agregó el abuelo.

-          ¿Aún te gustan los cuentos? – preguntó  Abuelo Lobo a Micho algo más tarde.
-          Si. Y si me los cuentas tú, mucho más. Y el nieto se acomodó para escucharlos.
Una enorme campana de silencio se creó de inmediato entre todos.

El cumpleaños se tornó en una verdadera fiesta de la palabra.
Se oía clarita la voz del abuelo al narrar varios cuentos sobre la tolerancia.

Para Micho ese fue el cumpleaños que más recordará.  Seguro.
Y,  con el pasar de los años,  siempre se los narrará a sus hijos y a sus nietos.



Cuento de Armando Quintero de la serie "Buenos días, Nicolás: te despierto con un cuento"