sábado, 15 de mayo de 2010

Los otros cuentos de los cuentos, versiones renovadas


Imagen en acuarela tomada del facebook de Stella Artemis.

Y pasaron cien años…
– ¡¿Qué una revolución nos condena a la guillotina?! – preguntó Bella Durmiente recién despertada. Quiero que ellos sepan que estaba dormida: ¡No vi, no oí y, menos, hablaré de nada!

Descargando responsabilidades
– ¡No soy culpable! –aseveró la reina ante el Tribunal que la juzgaba por el crimen de Blancanieves – ¡Fueron los enanitos!: Fumigaron los manzanos y no le avisaron a nadie.

Aviso urgente
– Cenicienta, ¡escóndete! –avisó el Hada Madrina – El alucinógeno perdió efecto y te verán como eres!

Luego, lejos de Hamelín
– ¡Vaya! –exclamó el flautista al contar todos los niños que embelezó con su flauta - ¿Ahora, cómo alimento a tantos muchachitos?

Las dos veces que se equivocó el Ogro
Entre índice y pulgar aplastó a Pulgarcito.
Arrepentido, hizo circular el otro cuento.

El Emperador tiene un traje nuevísimo
– ¡Cállate, hijo! ¡Eso no es así! –corrigió el padre al muchachito que gritaba – No está desnudo: viste una lycra color carne.
Como lo sabemos, el niño no obedeció.

Gato con botas de siete leguas
– Ese molinero-rey nunca sospechará lo hecho: lo ayudé para ser su Primer Ministro…

Para tan larga cabellera
– Al menos, logré ocultar las crines de varios caballos –se dijo Rapunzel, al lanzar su larga trenza desde la torre del palacio..

Lamento
– ¿Mi mundo?: ¡Al revés! – aullaba el lobo perseguido – Ahora todos dicen que soy malo: ¡Todo por protagonizar Cuentos de Hadas!

La confesión de Gepeto moribundo– La carpintería estaba quebraba e inventé lo de Pinocho… Nunca crece una nariz por mentir pero todos se lo creyeron: ¡Gracias a Dios podré criar a ese muchachito que encontré por ahí!

En el País de las Maravillas– ¡Qué sueño, ni nada! –me contaba en secreto Alicia, extrañamente sonreída. ¡Cuánto aprendí con el Señor Conejo! -me agregaba.

Teoría del personaje
– Soy enano, pero bien proporcionado – lamentaba Peter Pan - Los freudianos necesitaban el complejo: ¡Saberlo antes y cuánto dinero me hubiera ganado!

Selección de doce minicuentos del libro Sucedidos de Armando Quintero Laplume

miércoles, 12 de mayo de 2010

Minicuentos para pintores


«Cueva de las Manos, río Pinturas», en Santa Cruz (Patagonia argentina), 7350 a. C. El arte más antiguo de Suramérica. Imagen tomada de WikipediA.

Las manos en la cueva

- Tal vez, dentro de muchos años, no estemos habitando esta cueva. Pero hemos pasado muchos soles y muchas lunas para pintar estos toros, bisontes, renos y caballos. Incluso, hasta nuestras ceremonias de cacerías. Y, ¡nos han quedado tan hermosas! Sería de lamentar que, quienes lleguen después de nosotros, no se enteren de sus hacedores. Pido que, uno por uno, pintemos la palma de nuestra mano izquierda. La del corazón, porque fue con el sonido de sus pulsaciones que logramos lo creado. Nos reconocerán, por nuestras huellas porque, como cazadores lo sabemos, ninguno de los pulpejos de nuestros dedos es similar a los de las manos del otro.
Con estas palabras, llenas de gestos y movimientos, se expresó la joven artista rupestre ante los integrantes de su clan, para solicitar que entre todos terminaran de cubrir los muros de la cueva con sus manos.

El secreto del retrato

- ¡No es tan bonita! Como pintura, puede salvarla el paisaje de fondo. Además resulta mucho más pequeña, de lo que en realidad es, ante “La Virgen de las Rocas” que le colgaron a su frente – comentó el joven.
Pero tampoco él percibió cómo, debajo de la eterna sonrisa del retrato, Leonardo da Vinci se ha autorretratado a las risas, por los siglos de los siglos. ¡Éste ha sido su mejor y muy bien guardado secreto!

Grabar de oídas

- ¡Sí, claro que uno puede grabar de oídas! No es necesario que uno haya visto al ser que presenta a la vista del otro. Basta que uno no olvide sus oídos de niño. ¿Recuerdas cuando escuchabas a tus abuelos, o a los aldeanos de tu región, narrando cuentos? ¿Qué era lo que escuchabas? ¿No era, de verdad, el cuento que uno veía a través de sus palabras? Por supuesto que nunca viajé a África. Tampoco he visto a uno de estos enormes animales. Mi grabado sólo te presenta lo que me han dicho algunos visitantes de esas tierras.
Así se explicaba, ante uno de sus discípulos, Alberto Durero. En sus manos tenía su reciente grabado, ese donde aparece un rinoceronte.

El pintor sí cumplió

- ¡No tendría por qué quejarse! – comentó en voz baja la joven camarera real -. El Señor Nuestro Rey siempre quiso estar en la pintura con sus hijas, y lo logró. ¿Qué importancia tiene eso de que aparezcan en primer plano un perro con la enana? ¿Por qué le molesta que el pintor esté antes que él y que parezca como si estuviera riéndose? Tiene que ser de la alegría. ¿Quién ha logrado una obra tan maravillosa en luces y en sombras, con unas perspectivas de tanta perfección? Lo es tanto que parece como si uno estuviera viéndolo pintar esta misma escena en el taller. Además, si a bien ver vamos, todos los personajes están debajo de su Majestad. Aunque, ahora lo recuerdo, la cabeza del pintor queda algo más arriba. Ha de ser porque está más cerca de nosotros. O, ¿será esto lo que le molesta? Por otro lado, es muy verdadero lo que se ha pintado: el Señor Nuestro Rey, siempre anda curioseando por el estudio de Don Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, ¿qué mejor lugar que colocarlo en la puerta de entrada de esta sala del viejo alcázar de Madrid?

En uno de sus delirios

- ¡Sí! La guerra ha generado todos estos monstruos de mis telas y de mis grabados. Las intrigas, engaños y mentiras de la política de palacio me han ayudado a condimentarlos para que me los pueda digerir. Mis pesadillas, a completar mis logros. Pero me libero de todos ellos, y de ustedes, cuando los retrato en mis lienzos y papeles. Pinto y grabo para exponerlos y liberarlos, también. Porque los pinto y grabo para que se miren en mis obras como se miran en sus propios espejos. Y no se olviden que ustedes me ayudaron a crearlos. Conmigo termina el siglo XVIII y empieza un arte nuevo, lo sé. Es por ello, que pinto y grabo libertades – así gritaba, en uno de sus tantos delirios, Don Francisco de Goya y Lucientes, en su lecho y ante su inminente muerte.

Por un par de anteojos

- Escuchen cómo se expresan esos llamados críticos y especialistas en arte. Como siempre: puras palabras que sobran, y poca pintura que muestran. Sólo les pido que guarden el secreto de cómo sucedió esto y, por supuesto, traten de experimentarlo. ¡Me resulta muy divertido pero, sucedió así! Me olvidé de mis anteojos. Como no quise desaprovechar lo caminado, no me regresé a buscarlos. Esto me permitió pintar como lo hice. Y, si ustedes lo hacen, entre todos, encontraremos un nuevo modo de pintar nuestros lienzos. Y, hasta crearemos, posiblemente, una novedosa escuela que, esos que ahora hablan, ya le encontrarán un nombre para llamarla – decía Claude Oscar Monet, en un rincón de la galería, ante Édouard Manet, Pierre – Auguste Renoir, Camille Pizarro y un grupo de alumnos y amigos.
Todos se miraron, como dispuestos a guardar un silencio cómplice.

La oreja de Van Gogh

- ¡No tendrían por qué dudarlo! – comentó con sus alumnos el joven profesor de la Escuela de Artes Plásticas -. Observen bien, sobre el amarillo de las flores, predomina un color rojizo inconfundible. Quien adquirió la pintura en la última subasta de Christie's, también tendría que saberlo para pagar un precio tan alto. Los coleccionistas tienen muy buenos informantes que, no sólo les pasan datos, también, les dicen los secretos de los artistas y sus obras. Seguro que esto fue así: en la vasija de “Los girasoles”, el pintor guardó su oreja cortada, cuando se regresó con ella de la casa de la prostituta a quién se la había ido a mostrar. Lo hizo para que las flores, al alimentarse de su sangre, supieran hasta la eternidad con cuánto dolor logró pintarlas.

Leyenda personal

- La gente habla y habla cuando uno ha decidido ser algo más que el consumero que siempre han conocido. Así han tejido muchas leyendas sobre mi persona – comentaba para sí Henri Rousseau ante su “La gitana dormida”, recién pintada -. Nunca conocí los animales y las selvas que pinto. Nunca estuve en África, ni en México. Nunca me dieron clases de dibujo, ni pintura. Por años sólo fui un guardia en la Dirección de Impuestos de Paris. Nunca un aduanero. Pero, cuando noté que, amanecer cada día para hacer las mismas cosas, me volvía la mirada gris, como los niños, dejé que saliera hacia fuera el arco iris que llevo dentro. Ahora, después de tantos años, he logrado concretar mi obra. Ésta es mi verdadera leyenda personal. Yo soy como esa gitana que duerme en las desoladas arenas bajo la luz de la luna, vestida con un traje de arco iris, cubierta su cabeza por un manto, al lado de una jarra de agua y una mandolina. Ella viaja así. Y, como yo, se realiza en sus sueños. Va apoyada en su bastón y protegida por ese león de cola alzada que la olfatea, mientras vigila atento que nadie interrumpa los pasos de sus viajes por los estupendos y desconocidos países que recorre.

Volver a las calles de la guerra

- Cuando era niña, me asustaban mucho los sonidos de la ciudad con el sonar de las sirenas que nos avisan de los bombarderos que se acercan con sus estallidos de muerte. No era por el miedo a la muerte, que no conocía. Era por un rostro que veía en los ojos de muchos. Me asustaba, sobre todo, que un día me encontrara sola, entretenida con una pelota o un aro, vagando por las calles. Y que encontrara ese rostro, mirándome de frente. Es por eso que, nada me ha asustado tanto, como verme retratada en esta pintura de Giorgio de Chirico. No veo nada metafísico en ella, como se nos anuncia en el catálogo. ¿Qué quieren decir con esas palabras? ¿O, sólo quieren ocultar la realidad de retornar a las calles de la guerra? – reclamó la joven ante la expuesta pintura.

El mundo fue y será…”

- Claro que se lo que hago. Siempre lo he sabido. Desde que asumí éste método estético que, por divertirme, llamé “actividad paranoico-onírica”, y los críticos me lo creyeron. Nada me importa eso de “avidas dollar” que el llamado “Papá del surrealismo” inventó sobre mí. ¡Mayor fama me ha dado! – decía el controversial pintor catalán de personalísima obra, a veces, repulsiva -. El mundo, como dice el tango, “siempre a ha sido y será una porquería” y tan cachondo como mis bigotes. A pesar de todos los que sueñan en contrario.
Detrás de él, y sin poder verlo, revoloteaba el espíritu de Federico García Lorca convertido en una azulada paloma. Afirmaba lo mejor de la vida.

Conversación en el laberinto

- Algunos se quejan de las deformaciones que, como Pablo Picasso, reflejo en mis obras. Sé que unos hasta comentan eso que, supuestamente, le respondí al general que, ofendido, me lo gritó ante mi “Guernica”. Otros, llegan a críticas peores. Incluso, hasta publican biografías muy malsanas. Poco me importa, porque sé que ellos durarán menos, con todos sus comentarios, que yo con mis obras. Reconozco que, con tanto trabajar y trabajar, soy como el Rey Midas. Y, aunque no todo lo que toque se convierta en oro, estoy seguro
que, sí, se convierte en pintura – le comentaba el pintor malagueño al Minotauro, mientras ambos paseaban desnudos por los tenebrosos pasadizos del laberinto, en uno de esos sueños que cualquier artista puede tener.

El volar de unos sueños

- Me gusta mucho la condición aérea de los floreros cargados de flores sencillas, de los peces, de los antiguos y grandes relojes de péndulo, de los violinistas, de los enamorados y de tantos seres que se elevan sobre los ríos caudalosos o los tejados de la ciudades tranquilas y serenas, más allá de las estúpidas guerras o las diferencias que los hombres han generado entre ellos – se decía para sí un entristecido Marc Chagall -. Pero, es seguro, que esto no podré aclararlo con ningún crítico de arte, porque no son esos seres los que vuelan, sino mis sueños. Y yo con ellos.

Textos tomados del libro "Sucedidos" de
Armando Quintero Laplume
Minicuentos para palabreros y otros oficiantes

Nota importante: Al hacer clic en cada título de los minicuentos se enlazará con la reproducción de la pintura a la que se refiere el texto.

sábado, 8 de mayo de 2010

Respuesta a un comentario y a una pregunta sobre la primera entrega del blog

Los tres puentes del Río Olimar, Treinta y Tres, Uruguay.
Imagen tomada de WikipediA.
Para saber sobre el Río Olimar, haga clic en la palabra anterior.

Desde hace algunos años vengo participando en el ForoCuentoInfantil Ciudad Seva (*).
Lo conocí por el periodista venezolano Hugo Colmenares que deseaba vincularme a dos narradoras orales, promotoras de lectura y bibliotecarias uruguayas, Rosa Paseggi y Débora Núñez, más conocidas como Las Caperucitas Cómplices.
Son asiduas participantes al foro un grupo de escritoras, docentes, bibliotecarias, especialistas e investigadoras de Argentina, España, Chile, Israel, México, Puerto Rico, Venezuela, entre otros países. Y, también, alguno que otro periodista, escritor o crítico. Un grupo heterogéneo e interesante de personas.
Aclaro que antes me vinculaba mucho más al Foro, lo hacía con relativa constancia. Desde hace unos meses, por nuestros compromisos con la narración oral y con la escritura de nuevos cuentos, participo casi esporádicamente.
Al enviar la información de nuestro nuevo blog, entre las respuestas de varios de sus participantes, a quienes agradezco y aprecio sus palabras, recibí el siguiente mensaje:

“Armando:
He visitado su blog. Hermosa, tierna y original la secuencia de cuentos cortos de los lobos y lobitos. Me gusta la definición de cada personaje. La analogía invertida con los humanos.
Me encanta el cuento de la vaca Clarissa. No se por qué me atrae la expresión "Hay lugares en donde se nace para salir de ellos." No estoy segura si lo cito bien. Podría dedicarle toda una tarde de pensamiento para intentar descifrarla. ¿La puede comentar?
Abrazos caribeños
Justina” (**)

La frase citada por Justina Díaz resulta, por esas divertidas traiciones que nos da la memoria, de una interesante y sutil ironía. La verdadera, la puesta en el cuento, dice: “Hay lugares en los que se nace para irse”. Frase que va entre comillas, no sólo porque está pensada por el personaje de la vaquita azul, sino porque no es de mi autoría.
En las clases de Literatura del Instituto de Profesores Artigas, en Uruguay, se la oímos decir numerosas veces al Prof. Jorge Albistur. Nos tocó muy hondo. Y, por su cruel realidad para mediado de los años 70, nos resultaba de un peso, un volumen y un color indescriptibles.
Albistur la citaba muy a menudo, y señalaba que era del poeta Rubén Darío al referirse a su Nicaragua natal. Nunca dudamos de las honestas y documentadas palabras de Albistur. Quizás por ello, y por la fuerza de su contenido, tampoco le preguntamos de dónde la había tomado. Siempre hemos lamentado esto último porque, por años, he revisado numerosos escritos del nicaragüense sin tener la suerte de encontrarla.
Creo que en lo personal la frase me llegó con tanta profundidad, y aún me llega, por haber nacido donde nací, la ciudad de Treinta y Tres.
El nombre de esa ciudad es para un cuento, y siempre me lo preguntan, porque muchos dudan que exista la posibilidad de un nombre así. Aunque basta mirar a Uruguay en cualquier mapa o planisferio para comprobar que existe.
La ciudad, tanto como el departamento, reciben el nombre de la Cruzada Libertadora, integrada por treinta y tres hombres que, bajo el mando del general Juan Antonio Lavalleja, se supone, gestaron la primera independencia de nuestro país.
El Río Olimar, con su afluente el Arroyo Yerbal, casi rodean a la ciudad de Treinta y Tres, y parecen dejarla como una isla.
Varias veces, en nuestra adolescencia, aún sin conocer las palabras de Rubén Darío -nos preguntamos si no habíamos nacido en una ciudad creada para irse. Al menos para nuestra ciudad natal, parece ser el caso.
Lamentablemente, el devenir de los hechos, con toda su cruel y silenciada realidad, nos fue demostrando que la frase se aplicaría no sólo a la ciudad, sino a todo el país.
Es que, para entrar a Treinta y Tres desde la capital, o de los departamentos y poblados vecinos, uno tenía y aún tiene la posibilidad de atravesar a cualquiera de los tres puentes que cruzan al Río Olimar.
Un puente vecinal, "El Puente Viejo". Un puente de madera e hierro, que fue el primero y que, últimamente, sólo permitía el paso de personas a pies, bicicleta o caballo. En la imagen es el más pequeño, ubicado al medio de los otros dos.
Un puente que nos unía a la Capital. "El Puente del Ferrocarril", de hierro, y creado para el cruce de estas máquinas, mientras se utilizaron en el país. Es el que está en la parte superior.
Y, por último, un puente que nos comunica con nuestro continente, "El Puente Nuevo". Construido en hormigón concreto y es el que corresponde a la Carretera Panamericana. En la imagen, es el que está más cercano a quien observa la imagen de esta nota.
Los tres puentes están separados por unos pocos metros de distancia uno del otro y generan un paisaje muy particular que singulariza a nuestra ciudad ante el resto del país.
Y, en nuestra infancia, nuestra adolescencia y nuestra primera juventud nos permitieron marchar por ellos, también en nuestros sueños. Quizás, para evitar que se enmoheciera las raíces de nuestra provinciana existencia al imaginar una serie de permanentes viajes a todos los lugares del mundo.
Sabemos de alguien que, hace unos años, desde Venezuela llegó a Uruguay y, por esa vía hasta su capital, Montevideo. Como para confirmar que el sueño no era tan sueño.


(*) ForoCuentoInfantil Ciudad Seva es un foro virtual -y gratuito- creado para lectores de cuentos infantiles. El hogar de ForoCuentoInfantil es Ciudad Seva, hogar electrónico del escritor Luis López Nieves. Si usted desea aprender sobre cuentos infantiles, participar en estimulantes discusiones, conocer las opiniones de otros o recibir sugerencias sobre autores que no conoce... ForoCuentoInfantil es el lugar que usted buscaba. Coloque su dirección electrónica en la cajita y envíela. Recibirá instrucciones por correo electrónico. Si desea vincularse, este es el enlace:
http://www.ciudadseva.com/cuento/suscrip.htm

(**) Mensaje enviado el jueves, 6 de mayo de 2010, 10:05. Por Justina Díaz, del ForoCuentoInfantilSeva@yahoogroups.com

sábado, 1 de mayo de 2010

Entre lobos y lobitos



Lobo Abuelo cuenta cuentos

Lobo Abuelo cuenta cuentos.
Cambia el cuerpo, las patas, los aullidos...
¡Cuánto cambia y cómo cambia en cada cuento!
Todos lo ven hacerse grande y gordo como un oso que roza su cabeza con las nubes. Todos lo ven hacerse pequeño e inquieto como una pulga que vive en un bosque de árboles pequeños, de hojas y raíces pequeñas.
Lobo Abuelo cuenta cuentos y hace que todos viajen al bosque donde cualquier cosa es posible, hasta los gritos del silencio.

Oír el silencio -

- Todos los momentos del día son hermosos. El amanecer, el mediodía, la tarde... -dijo Lobo Abuelo.
- ¿Y la noche? -preguntó Loba Pequeña.
- La noche también. Y no sólo por la luna y las estrellas. Hay un momento en que el río se queda mudo. Parece que el agua está quieta, como si no quisiera ir a ninguna parte. Ese silencio es tan hermoso como las voces del bosque.
- Tiene que ser hermoso oír el silencio – dijo Lobo Pequeño.

Muchachita del Bosque

- Escucha –dijo Lobo Grande a Lobo Pequeño-. Y pon mucha atención. Si por ese sendero pasa una niña con una cesta y una caperuza de este color –le mostró unas guindas-, ni le hables: ¡Es un ser muy peligroso! Esa muchachita tuvo mucho que ver con el triste final de tu tatarabuelo.

Cae la noche

Lobo Abuelo y Lobo Pequeño paseaban por el bosque cuando cayó la noche.
- ¡Qué poca luz! ¡Nos vamos a perder! –dijo Lobo Pequeño.
- No tengas miedo -lo tranquilizó Lobo Abuelo-. Nos guiaremos por las estrellas.
Mientras caminaban hacia la guarida, Lobo Abuelo le fue mostrando el cielo: contemplaron el planeta Marte y el luminoso Venus, cómo titilan las estrellas y los planetas no, y le enseñó a reconocer algunas constelaciones... Lobo Pequeño estaba asombrado.
Cuando llegaron, Lobo Abuelo le dijo:
- Una noche te mostraré la Loba Mayor y la Loba Menor; son constelaciones que sólo los viejos lobos conocemos.

Luz de luna

- ¡Aullad, aullad siempre! –decía Loba Abuela a sus lobeznos–. No es que la luna sea terca, es que es viejecita; por eso anda tan despacio y tarda en darse la vuelta para enseñar su cara oscura, y en dejarnos dormir. Pero lo consigue. Claro que con los años que tiene, está desmemoriada, y cada poco tiempo vuelve a mostrarse con toda su luz.

Boca de Lobo

Lobo Grande se había dormido.
En pleno sueño, abrió mucho la boca. Y quedó así un rato.
Lobo Chiquitito se le acercó, como echando cuentas.
- ¿Qué haces ahí? – le preguntó Loba Pequeña.
- Miraba. Para estar seguro de que la noche no es tan oscura como la boca de un lobo.

Temor de lobito

El sol brillaba en un cielo. Loba Abuela entró en la guarida y preguntó:
- Lobo Chiquitito, ¿has visto qué tarde? Estupenda para jugar en el bosque.
- Ya lo sé.
- Entonces, ¿qué haces ahí medio escondido?
- Medio escondido, no. Escondido. ¿Piensas que voy a salir a jugar en una tarde así? ¡Ni loco! ¡Seguro que el bosque está lleno de niños!

Por un amigo

- ¿Qué haces con esa pinta? – preguntó Lobo Abuelo a Lobo Pequeño.
Estaba blanco de punta a rabo, y con el pelo rizado.
Y colgado al cuello, con un lazo verde, llevaba un cencerro.
- Esta tarde quiero jugar en la pradera con mi mejor amigo. Pero su padre ni deja que me acerque al rebaño. Dice que los lobos no pueden jugar con los corderos.

Disfraces

Había llegado el Carnaval.
Todos andaban preparando sus disfraces.
Loba Pequeña se había embadurnado el cuerpo con pintura blanca.
- ¿Qué te parece? –le preguntó a Loba Abuela.
- No me vengas tú también con el cuento de que tienes una amiga cordera, ¿o acaso te has enamorado de alguno de ellos?
- ¡Ay, Loba Abuela, qué cosas tienes! Sólo quería disfrazarme de fantasma.

Jugando con lobo

Aquella tarde, Lobo Pequeño había a visitar a su mejor amigo a la pradera.
De pronto, los corderos lo rodearon y se pusieron a gritar:
-¡Quiero tirarle de las orejas!
-¡Yo voy a rizarle el pelo y ponerle un lazo!
-¡Pues yo me voy a montar en su lomo!
Entonces, Cordero Amigo le dijo a Lobo Pequeño:
- Cuando mis hermanos se cansen, dejarán de molestarte; pero ¿quién se resiste a la maravilla de poder jugar con un lobito bueno?

Lobo vegetariano

- Ya sabía que esto tenía que terminar mal -dijo Loba Grande a Lobo Pequeño-. Nunca me ha molestado tu amistad con un cordero, aunque, cuando dejaste de comer carne y empezaron a gustarte las frutas y las verduras, comencé a preocuparme. Pero esto ya es demasiado. ¿Qué van a decir tu padre y el resto de la manada? ¿Cómo explicarles que tu hermoso pelaje, orgullo de nuestra especie, se te está poniendo rojo por comer tantas zanahorias?

Guardar secretos

- Lobo Abuelo, tengo que contarte un secreto -le dijo al oído Lobo Chiquitito-. El corazón de Lobo Pequeño parece una cajita de música. Silba como una codorniz, ulula como un búho, canta como un gallo... Ni siquiera necesita cuerda. ¿Y sabes por qué? Porque está enamorado. Me lo dijo él. Me pidió que no se lo contase a nadie, pero me dolía la punta de la lengua y me temblaban las patas. Podrás guardar su secreto, ¿verdad?

Diablo de lobo

Lobo Abuelo vio llegar del bosque a Lobo Pequeño.
- ¿Qué haces con esos cuernos de toro, ese rabo de buey y esos colmillos de culebra?
- Me encontré con Lobo Diablo. Tenía mala cara. Me contó que en este bosque ya no asusta a ningún lobo. Está tan triste y aburrido que va a probar suerte con los hombres. Claro que con esos cuernos de chivo que tiene, esa pinta descolorida y la cola de carnero rabón que tiene, no va a espantar a nadie. Si le aumentamos los cuernos y el rabo, con unos colmillos largos, y pintado de rojo, quizás logre divertirse...
- Además estará un tiempo lejos de nosotros... –sonrió Lobo Abuelo.

Adagio

- Tenéis que saberlo de una vez, mis queridos lobeznos –explicaba Loba Abuela-. Nosotros somos así: siempre andamos en manada. Y nos sentimos mal cuando no lo hacemos. En nosotros, se cumple ese viejo adagio... Más vale acompañados, que bien solos.

MIRADA DE LOBO

Cuando el primer Lobo Astronauta pisó la luna, miró hacia la tierra y dijo:
- ¡Nuestro bosque es azul!


Quince cuentos tomados del libro Un lugar en el bosque

Cuentos breves en torno a una manada de lobos plenos de ternura, solidaridad y humor ante la vida en el bosque.

Textos de Armando Quintero con ilustraciones de Manuel Pizcueta y traducción al gallego de Marisa Núñez. Pontevedra: Kalandraka, 2003, Un lugar no bosque, 1ª. edición en gallego. 1ª edición en castellano, Sevilla: Kalandraka, 2004.

La obra recibió los reconocimientos: “Lo mejor del año” en el Banco del Libro de Venezuela y el “Primer Premio Nacional de Literatura Infantil por obra édita” otorgado por el Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay en el año 2006.
Y, este 30 de abril del 2010, acaba de ser reconocida entre "Los 30 de los 30" del Banco del Libro, Caracas, Venezuela.

Clarissa y el mar


Ilustración de Lemus solicitada por El Ucabista para ilustrar el texto "Desde la gente que escucha y cuenta cuentos".

Allá, después de la mar océano. Como a treinta y tres grados al sur. En un país pequeño que es como un corazón patas arriba. Allá vive Clarissa.
Clarissa sonríe bajo la sombra de un árbol y mira hacia el horizonte.
- Un lugar como éste no hay –piensa Clarissa.
La vista se le pierde por la llanura. Entre los pastos tiernos y frescos de tan verdes.

Allá donde vive Clarissa hay un río. Que para algunos es como muy pequeño para ser un río. Pero para todos es enorme por sus cuentos, poemas y canciones.
A veces Clarissa mira hacia los tres puentes que atraviesan el río de su mundo. Y piensa: - “Hay lugares en los que se nace para irse”.
Pero se queda allí como pasajera del tiempo. Y escucha entre sueños pasar los trenes.

Un día un pajarito se posó sobre su cabeza.
- Nuestro río tiene las olas grandes –dijo Clarissa por hablarle.
- Tan grandes como las del mar –dijo el pajarito.
Clarissa le dijo que no había visto nunca el mar. Y el pajarito le contó de las olas del mar y del sonido en sus playas. De los puertos, los barcos y veleros que llegan y se van.
- ¿Qué más? –preguntó Clarissa.

Y Clarissa oyó decir de las aguas del mar.
De su sabor salado lleno de peces, pulpos, calamares, camarones y de caracoles. De sus vientos y mareas.
- ¿Qué más? –volvió a preguntar Clarissa.

El pajarito miró los ojos de Clarissa y recordó la mirada de un marinero que andaba caminando tierra adentro, lejos del mar.
Y fue cuando le contó el encuentro de Odiseo con las sirenas.
Y ahí quedó Clarissa enamorada del mar.

- ¿Qué la pasa a ella? –se preguntaban las hermanas.
- ¿Qué bichito la ha picado? –se preguntaba su mamá.
- ¿Qué hace esa vaquita loca? –preguntó el toro rojo que la vio pasar. ¿Será contagioso?
- Espero que sí -pensó Clarissa.
Es que Clarissa, de sólo pensar en el mar, se colorea de azul.
Y cuando así le ocurre Clarissa se va a recorrer su mundo y el de los otros.
Y comienza a abrir puertas y ventanas para siempre en el corazón de todos.
Desde la ubre de sus cuentos, desde el piquito de su risa, desde el cielo claro de su regazo azul.

Cuento de Armando Quintero

Juan, Juanita y la Princesa Seria


Princesa tomada del blog de Vanina Margaría http://vaninamargariailustraciones.blogspot.com/2009/08/serie-principes-y-princesas.html


Había una vez un cielo, con nubes, sol y pájaros volando.
Debajo del cielo un reino.
Con su bosque, su campo, su río.
Y su pequeña montaña.

En la montaña, un palacio con su torre.
Y, en la torre una princesa seria.
No reía, sólo miraba hacia el camino.

La princesa era bondadosa y muy querida por su pueblo.
Y el reino era feliz… Bueno, casi.
Todos, desde su Rey, su Reina y hasta el más pequeño de los súbditos, se angustiaban con la seriedad de la princesa.

Las personas del reino hablaban mucho sobre la seriedad de la princesa.
Unos decían que una bruja le había dado a beber un elíxir mágico.
Otros, que era un mago que se había enamorado de ella y, al no ser correspondido, le impuso el castigo de vivir sin reír.
“No, la enamorada es la princesa.” –sostenían unos terceros – “Cómo se explica que siempre está mirando desde la torre: sólo espera el retorno del príncipe azul que una vez vimos pasar por el camino”.

Todos los días llegaban juglares, trovadores, magos, malabaristas y bufones. Venían de todos los rincones del reino para alegrar a la Princesa Seria.
Algunos, hasta eran traídos desde muy lejanas tierras.
Pero ni aquellos, ni estos, lograban hacerla reír.
Ni le sacaban la más leve sonrisa.

¿Tú, reirías con unos juglares y trovadores que cantan sangrientas historias? Más bien, igual que yo, llorarías
¿Tú, lo harías con unos magos que te hacen siempre los mismos trucos con pañuelos, conejos y palomas? Te aburrirías mucho, ¿verdad?
¿O con malabaristas que hacen girar numerosas pelotas, platos, palos, botellas u otros objetos? Con tus nervios, no podrías reírte.
Y, ¿qué decir de los bufones, con esas figuras tan desiguales y grotescas como sapos enormes? Pero, sigamos con el cuento.

Una mañana la princesa estaba en la torre mirando hacia el camino.
Por el sendero salpicado de florcitas del campo, mariposas de variados colores y pájaros revoloteando, se oyó un cantar que venía por el aire.
Desde lejos.
Desde atrás de las colinas que ocultaban el camino, casi antes del horizonte.

Era una canción muy festiva.
Los labradores dejaban de sembrar para reírse.
Los bueyes y caballos de tiro se desprendían de los carros y de sus arneses para revolcarse, riéndose.

Las aves detenían sus vuelos y se posaban de nuevo en los árboles, a reír.
Los caminantes no podían seguir con su marcha, por las risas.
Todos los animales de los campos y bosques salían de sus cuevas, refugios y nidos para reír y reír.

Los árboles y las plantas sacudían sus ramas y tallos, como si un viento interior las moviera: era su manera de reír.
Los peces de los ríos y de la mar cercana, se amontonaban en las orillas y en las playas, riendo.

También, como has de suponer, todas las personas del palacio, desde los reyes, hasta el más pequeño de los súbditos...

– Mmm... ¿Todas las personas?
– Bueno, la princesa seguía en la torre, mirando hacia el camino, sin reír. Desde allí ya se veía al cantor de la canción festiva. Perdón, los cantores. El que uno de ellos, mejor dicho una, sea pequeña no le quita su importancia.
Eran Juan y su pulga mágica, Juanita.

Mucho antes de llegar a las puertas del palacio, se acercaron a Juan y Juanita unos emisarios enviados por el Rey.
Temeroso que, como el príncipe azul, pasaran de largo por el camino, le llevaban una carta, invitándolos a realizar una presentación para toda la corte.

Luego de comer, beber y descansar, a Salón Principal del Palacio lleno, Juan y Juanita realizaron su maravillosa presentación.
Registrada, luego, en el Libro de las Crónicas del Reino y guardada por muchas generaciones en la memoria de todos los abuelos y Cuentacuentos.

Los aplausos se iniciaron cuando Juan tomó la cajita y salió al centro del salón. Cuando abrió la caja y Juanita –en malla de fino terciopelo y con su mejor falda de volados y lentejuelas – saltó a la mesa, los aplausos recrudecieron.
Para repetirse ante cada uno de sus números.

Juanita saltó la cuerda, tocó la flauta y bailó.
Simuló los balidos de una oveja, los cantos de un gallo, los mugidos de una vaca, los aullidos de un lobo.
Y hasta hizo unos sonidos que asustaron a todos.
Eran los barritos de un elefante, que había aprendido a imitar cuando viajaron con Juan por el norte de África.
Dio numerosos saltos mortales, sencillos y triples.
De frente, de lado y de espalda.

Entre aplausos, ¡hurras!, ¡vítores! y ¡vivas! cerraron su actuación con la ya famosa, "Canción Festiva"
Todos aplaudían y reían, reían y aplaudían a rabiar...
– ¿Mnnn...? ¿Todos?
– ¡Sí!: ¡Todos, menos la princesa!

Juanita brincó desde la mesa donde saludaba a la falda de la princesa.
De inmediato, al centro de su pecho y de ahí a su hombro.
Luego, se acercó a su oído y le dijo algo casi en secreto.

La princesa, primero, se sonrió –leve, como toda una princesa – para, poco a poco, reírse hasta culminar en el más sonoro estallido de carcajadas.

Todos los que escuchan o leen este cuento preguntan siempre si se sabe qué fue lo que le dijo Juanita a la princesa.
Por suerte, mi bis tatarabuelo –que estaba de paso ese día en el reino, y asistió a toda la presentación – lo guardó muy bien en su memoria.

Él se lo dijo a mi tatarabuelo. Mi tatarabuelo al mi bisabuelo.
Éste a mi abuelo. Y, por él lo sé yo.
Juanita dijo:
– Bli bli bli bli, burulú bli bli, blum blam bli bli. Bli bli buruli blibli blumblam blibli.

En la familia, todos, siempre hemos lamentado no haber aprendido nunca el pulgués, el pulgñol o el pulgán. O, cómo se llame al idioma de las pulgas.
Pero nos queda el consuelo de saber que la Princesa Seria, sí, lo hablaba.
¡Y de maravillas!

Versión para niños del cuento de Armando Quintero “La Princesa que no reía”, ya publicado en el blog Cuentos de la Vaca Azul.
Ver el MIÉRCOLES 17 DE SEPTIEMBRE DE 2008.