jueves, 17 de mayo de 2018

El señor y la escalera




Un señor bajo se subió a una escalera.
El señor era bajo, muy bajo, bajito.
La escalera alta, muy alta: ¡altísima!
El señor subió, subió, subió…
Y siguió subiendo.
La escalera era tan alta que allá, por las mil y quinientas, el señor se perdió entre las nubes.
Pasaron las horas y el señor no regresaba.
Pararon los días y el señor no regresaba.
Pasaron los meses y el señor no regresaba.
Pasaron los años y el señor seguía sin regresar.
Cansados de esperar su regreso, finalmente se olvidaron de él y retiraron la escalera.
Justo, en aquel sitio, la municipalidad tenía previsto construir un rascacielos.
Un rascacielos nunca antes jamás visto. Con ascensor y todo.
El edificio comenzó a crecer.
Piso a piso, siguió creciendo.
El rascacielos fue tan alto que, como a los mil y quinientos, se perdió entre las nubes.
Cuando lo inauguraban, el señor bajo se pasó de una nube a la azotea.
Se montó en el ascensor y bajó. Hasta la planta baja.
Al salir, todos vieron un anciano desconocido de cabellos y barbas blancas largas, muy largas.
El señor bajo pasó entre la gente que hacía su cola para entrar al rascacielos.
Tomó lo que quedaba de la escalera y se alejó para siempre.
Del señor bajo, como de aquella escalera, nunca más se supo.
Nada de nada.
Sólo espero que quede algo bajo la memoria de este cuento.

Cuento: Armando Quintero Laplume (a partir de un texto del Facebook del también olimareño Bolívar Viana)
Ilustración del propio autor.