miércoles, 12 de mayo de 2010

Minicuentos para pintores


«Cueva de las Manos, río Pinturas», en Santa Cruz (Patagonia argentina), 7350 a. C. El arte más antiguo de Suramérica. Imagen tomada de WikipediA.

Las manos en la cueva

- Tal vez, dentro de muchos años, no estemos habitando esta cueva. Pero hemos pasado muchos soles y muchas lunas para pintar estos toros, bisontes, renos y caballos. Incluso, hasta nuestras ceremonias de cacerías. Y, ¡nos han quedado tan hermosas! Sería de lamentar que, quienes lleguen después de nosotros, no se enteren de sus hacedores. Pido que, uno por uno, pintemos la palma de nuestra mano izquierda. La del corazón, porque fue con el sonido de sus pulsaciones que logramos lo creado. Nos reconocerán, por nuestras huellas porque, como cazadores lo sabemos, ninguno de los pulpejos de nuestros dedos es similar a los de las manos del otro.
Con estas palabras, llenas de gestos y movimientos, se expresó la joven artista rupestre ante los integrantes de su clan, para solicitar que entre todos terminaran de cubrir los muros de la cueva con sus manos.

El secreto del retrato

- ¡No es tan bonita! Como pintura, puede salvarla el paisaje de fondo. Además resulta mucho más pequeña, de lo que en realidad es, ante “La Virgen de las Rocas” que le colgaron a su frente – comentó el joven.
Pero tampoco él percibió cómo, debajo de la eterna sonrisa del retrato, Leonardo da Vinci se ha autorretratado a las risas, por los siglos de los siglos. ¡Éste ha sido su mejor y muy bien guardado secreto!

Grabar de oídas

- ¡Sí, claro que uno puede grabar de oídas! No es necesario que uno haya visto al ser que presenta a la vista del otro. Basta que uno no olvide sus oídos de niño. ¿Recuerdas cuando escuchabas a tus abuelos, o a los aldeanos de tu región, narrando cuentos? ¿Qué era lo que escuchabas? ¿No era, de verdad, el cuento que uno veía a través de sus palabras? Por supuesto que nunca viajé a África. Tampoco he visto a uno de estos enormes animales. Mi grabado sólo te presenta lo que me han dicho algunos visitantes de esas tierras.
Así se explicaba, ante uno de sus discípulos, Alberto Durero. En sus manos tenía su reciente grabado, ese donde aparece un rinoceronte.

El pintor sí cumplió

- ¡No tendría por qué quejarse! – comentó en voz baja la joven camarera real -. El Señor Nuestro Rey siempre quiso estar en la pintura con sus hijas, y lo logró. ¿Qué importancia tiene eso de que aparezcan en primer plano un perro con la enana? ¿Por qué le molesta que el pintor esté antes que él y que parezca como si estuviera riéndose? Tiene que ser de la alegría. ¿Quién ha logrado una obra tan maravillosa en luces y en sombras, con unas perspectivas de tanta perfección? Lo es tanto que parece como si uno estuviera viéndolo pintar esta misma escena en el taller. Además, si a bien ver vamos, todos los personajes están debajo de su Majestad. Aunque, ahora lo recuerdo, la cabeza del pintor queda algo más arriba. Ha de ser porque está más cerca de nosotros. O, ¿será esto lo que le molesta? Por otro lado, es muy verdadero lo que se ha pintado: el Señor Nuestro Rey, siempre anda curioseando por el estudio de Don Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, ¿qué mejor lugar que colocarlo en la puerta de entrada de esta sala del viejo alcázar de Madrid?

En uno de sus delirios

- ¡Sí! La guerra ha generado todos estos monstruos de mis telas y de mis grabados. Las intrigas, engaños y mentiras de la política de palacio me han ayudado a condimentarlos para que me los pueda digerir. Mis pesadillas, a completar mis logros. Pero me libero de todos ellos, y de ustedes, cuando los retrato en mis lienzos y papeles. Pinto y grabo para exponerlos y liberarlos, también. Porque los pinto y grabo para que se miren en mis obras como se miran en sus propios espejos. Y no se olviden que ustedes me ayudaron a crearlos. Conmigo termina el siglo XVIII y empieza un arte nuevo, lo sé. Es por ello, que pinto y grabo libertades – así gritaba, en uno de sus tantos delirios, Don Francisco de Goya y Lucientes, en su lecho y ante su inminente muerte.

Por un par de anteojos

- Escuchen cómo se expresan esos llamados críticos y especialistas en arte. Como siempre: puras palabras que sobran, y poca pintura que muestran. Sólo les pido que guarden el secreto de cómo sucedió esto y, por supuesto, traten de experimentarlo. ¡Me resulta muy divertido pero, sucedió así! Me olvidé de mis anteojos. Como no quise desaprovechar lo caminado, no me regresé a buscarlos. Esto me permitió pintar como lo hice. Y, si ustedes lo hacen, entre todos, encontraremos un nuevo modo de pintar nuestros lienzos. Y, hasta crearemos, posiblemente, una novedosa escuela que, esos que ahora hablan, ya le encontrarán un nombre para llamarla – decía Claude Oscar Monet, en un rincón de la galería, ante Édouard Manet, Pierre – Auguste Renoir, Camille Pizarro y un grupo de alumnos y amigos.
Todos se miraron, como dispuestos a guardar un silencio cómplice.

La oreja de Van Gogh

- ¡No tendrían por qué dudarlo! – comentó con sus alumnos el joven profesor de la Escuela de Artes Plásticas -. Observen bien, sobre el amarillo de las flores, predomina un color rojizo inconfundible. Quien adquirió la pintura en la última subasta de Christie's, también tendría que saberlo para pagar un precio tan alto. Los coleccionistas tienen muy buenos informantes que, no sólo les pasan datos, también, les dicen los secretos de los artistas y sus obras. Seguro que esto fue así: en la vasija de “Los girasoles”, el pintor guardó su oreja cortada, cuando se regresó con ella de la casa de la prostituta a quién se la había ido a mostrar. Lo hizo para que las flores, al alimentarse de su sangre, supieran hasta la eternidad con cuánto dolor logró pintarlas.

Leyenda personal

- La gente habla y habla cuando uno ha decidido ser algo más que el consumero que siempre han conocido. Así han tejido muchas leyendas sobre mi persona – comentaba para sí Henri Rousseau ante su “La gitana dormida”, recién pintada -. Nunca conocí los animales y las selvas que pinto. Nunca estuve en África, ni en México. Nunca me dieron clases de dibujo, ni pintura. Por años sólo fui un guardia en la Dirección de Impuestos de Paris. Nunca un aduanero. Pero, cuando noté que, amanecer cada día para hacer las mismas cosas, me volvía la mirada gris, como los niños, dejé que saliera hacia fuera el arco iris que llevo dentro. Ahora, después de tantos años, he logrado concretar mi obra. Ésta es mi verdadera leyenda personal. Yo soy como esa gitana que duerme en las desoladas arenas bajo la luz de la luna, vestida con un traje de arco iris, cubierta su cabeza por un manto, al lado de una jarra de agua y una mandolina. Ella viaja así. Y, como yo, se realiza en sus sueños. Va apoyada en su bastón y protegida por ese león de cola alzada que la olfatea, mientras vigila atento que nadie interrumpa los pasos de sus viajes por los estupendos y desconocidos países que recorre.

Volver a las calles de la guerra

- Cuando era niña, me asustaban mucho los sonidos de la ciudad con el sonar de las sirenas que nos avisan de los bombarderos que se acercan con sus estallidos de muerte. No era por el miedo a la muerte, que no conocía. Era por un rostro que veía en los ojos de muchos. Me asustaba, sobre todo, que un día me encontrara sola, entretenida con una pelota o un aro, vagando por las calles. Y que encontrara ese rostro, mirándome de frente. Es por eso que, nada me ha asustado tanto, como verme retratada en esta pintura de Giorgio de Chirico. No veo nada metafísico en ella, como se nos anuncia en el catálogo. ¿Qué quieren decir con esas palabras? ¿O, sólo quieren ocultar la realidad de retornar a las calles de la guerra? – reclamó la joven ante la expuesta pintura.

El mundo fue y será…”

- Claro que se lo que hago. Siempre lo he sabido. Desde que asumí éste método estético que, por divertirme, llamé “actividad paranoico-onírica”, y los críticos me lo creyeron. Nada me importa eso de “avidas dollar” que el llamado “Papá del surrealismo” inventó sobre mí. ¡Mayor fama me ha dado! – decía el controversial pintor catalán de personalísima obra, a veces, repulsiva -. El mundo, como dice el tango, “siempre a ha sido y será una porquería” y tan cachondo como mis bigotes. A pesar de todos los que sueñan en contrario.
Detrás de él, y sin poder verlo, revoloteaba el espíritu de Federico García Lorca convertido en una azulada paloma. Afirmaba lo mejor de la vida.

Conversación en el laberinto

- Algunos se quejan de las deformaciones que, como Pablo Picasso, reflejo en mis obras. Sé que unos hasta comentan eso que, supuestamente, le respondí al general que, ofendido, me lo gritó ante mi “Guernica”. Otros, llegan a críticas peores. Incluso, hasta publican biografías muy malsanas. Poco me importa, porque sé que ellos durarán menos, con todos sus comentarios, que yo con mis obras. Reconozco que, con tanto trabajar y trabajar, soy como el Rey Midas. Y, aunque no todo lo que toque se convierta en oro, estoy seguro
que, sí, se convierte en pintura – le comentaba el pintor malagueño al Minotauro, mientras ambos paseaban desnudos por los tenebrosos pasadizos del laberinto, en uno de esos sueños que cualquier artista puede tener.

El volar de unos sueños

- Me gusta mucho la condición aérea de los floreros cargados de flores sencillas, de los peces, de los antiguos y grandes relojes de péndulo, de los violinistas, de los enamorados y de tantos seres que se elevan sobre los ríos caudalosos o los tejados de la ciudades tranquilas y serenas, más allá de las estúpidas guerras o las diferencias que los hombres han generado entre ellos – se decía para sí un entristecido Marc Chagall -. Pero, es seguro, que esto no podré aclararlo con ningún crítico de arte, porque no son esos seres los que vuelan, sino mis sueños. Y yo con ellos.

Textos tomados del libro "Sucedidos" de
Armando Quintero Laplume
Minicuentos para palabreros y otros oficiantes

Nota importante: Al hacer clic en cada título de los minicuentos se enlazará con la reproducción de la pintura a la que se refiere el texto.

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