domingo, 7 de junio de 2015

Creo en Aquiles Nazoa siempre vivo


 

Creo en ti, Aquiles Nazoa, padre todo poderoso, que supiste hurgar en la vida privada de unas muñecas de trapo y crear historias como la de un caballo que era tan bonito como para alimentarse de jardines y que, cuando fue muerto en un campo de batalla, resurgió, no de sus cenizas como el Ave Fénix sino de sus propias flores, para elevarse en los aires cual mariposas o pájaros de múltiples colores; o, esa en la que tu madre recorre su pueblito de recuerdos mientras, tú, tomado de su mano, sentado en sus faldas o apoyado en sus hombros, te vas haciendo pequeño, más pequeño, pequeñito, hasta llegar al momento en que eres gestado por la suavísima alfarera que ella es al escuchar el susurro de las palabras enamoradas de tu padre;  o, en fin, esa otra en la que revitalizas los mágicos instantes en los cuales tu padre te contaba un pícaro cuento de animales. Creo en ti, el Aquiles Nazoa que se paseaba por las calles de Caracas a pie, en bicicleta o montado en un tranvía de dos pisos; o trepaba por las alambradas de las estadios para remontar papagayos multicolores que se elevan en los aires como signos libertarios. Creo en ti, hermano de las estrellas, oidor de las tinajas sonoras que se recargan con las gotas de lluvia, recolector de las monedas de chocolates atesoradas bajo las almohadas de la niñez y hasta, por qué no, respetuoso de los silencios para que tus tíos panaderos pudieran dormir de día porque trabajaban por las noches.  Creo en ti, el que escuchaba a su isleña abuela de El Hierro susurrando sus cuentos y canciones para llenar tu niñez pobre, pero nunca triste. Tan hermosa en la realidad y poblada de fantasías como como la revivida y vuelta a pasar por tu memoria. En fin, creo en ti, y lo creeré por siempre, porque eres ese Aquiles Nazoa que se levanta en las mañanas para acompañarnos desde las páginas de tus libros, se monta en su escarabajito y recorre nuestras violentadas calles para gritarnos que Venezuela es aún posible si, como tú, creemos y amamos las cosas sencillas de la vida.
 
 
Texto: Armando Quintero / Ilustración: Nicolás Ignacio Daboín Quintero 

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