lunes, 8 de agosto de 2011

Laura Aquilina y el Ogro Miniatura


Ilustración tomada de la web.


Dedicatoria: Al Ogro Miniatura de nuestra infancia que, sentado en los hombros de nuestros abuelos, nos contaba o leía muchos de los cuentos recreados en esta historia.

Prólogo



Hace muchos años... ¡Dinosaurios!... No, no tan lejos. Pero, eso sí, bastante más acá de esas edades y algo más allá de nuestros tiempos: en la Edad de las Tinieblas, y en un país de cuyo nombre quisiera acordarme, existió la princesa Laura Aquilina III, "Heredera de Estas Tierras y hasta más allá de la Mar al Norte"
Su figura era la de una verdadera princesa y cumplía con las tres "b" de toda princesa de cualquier cuento de hadas: era buena, bonita y bondadosa.
Era buena, porque - según las leyes del reino - no hacía más de lo que le pedían sus padres. Tampoco menos, que, sin dudas, puede significar, nada.
Era bonita, porque tenía ojos de princesa, rostro de princesa, cabellos de princesa y porte de princesa. Cosa que no es de extrañar dada su condición. Y, por su herencia y formación, ¿qué otra cosa podía ser?
Era bondadosa, porque sabía aceptar a todos y, al sólo roce de sus manos, a la simple dirección de su mirada o a los suaves sonidos de sus palabras hacía de las espinas, rosas. Claro, me dirás tú, eso para las rosas no es difícil, es lo que ellas hacen siempre. Pero, para un humano, te lo aseguro, es un verdadero reto. Si no me lo crees, inténtalo y después me lo dices.
Laura Aquilina - a quien, desde ahora, llamaremos así, para abreviar - era la única heredera del reino. Tenía un hermano mayor, el primogénito, pero, según la costumbre, al cumplir la edad establecida por la ley, debía salir a desencantar o liberar una princesa de otro reino, para casarse con ella y - todos lo sabían -, sería atrapado por los hechizos de una malvada bruja, devorado por un furibundo dragón o, sencillamente, se quedaría a vivir, muy feliz y para siempre, en el reino de la agraciada y, por una u otra causa, nunca más regresaría. Así - al menos lo confirmaban Las Crónicas del Reino - había sucedido con todos sus antecesores.
Su castillo - llamémoslo de ese modo, porque aunque Rey Padre y Reina Madre aún vivían, por las razones anteriores, podemos asegurar que, si aún no lo era, lo sería a la muerte de ellos - se alzaba sobre una montaña de rocas de cristales grises. Tenía cien altísimas torres que se metían como saetas entre las nubes más altas. El pueblo se apretujaba o se colgaba aquí y allá de los muros del castillo, de sus riscos y picachos, saltando juguetón por entre la montaña. Sus techos, sus puertas y ventanas tenían el mismo color gris de los muros, las torres y las rocas de la montaña. Igual, de ese mismo gris eran todos los objetos, animales, vegetales y, por supuesto, las personas.
Los ancianos y adultos del reino recordaban que esto no había sido siempre así, que había sucedido poco a poco, como al contagio de una peste desconocida. Había comenzado unos siete años atrás, lo aseguraban. Algunos lo atribuían al constante reverberar del sol en las rocas de cristales; otros, a los encantamientos de una bruja envidiosa de tanta paz como la que disfrutaban; incluso, unos suponían que era por la niebla que ya envolvía a todo en la Edad de las Tinieblas. Pero, eso sí, nadie hablaba sobre esto con nadie. Ni, menos, lo contaba.
El olor gris a leña quemada y pan se sentía desde antes del amanecer y los serruchos de los carpinteros, los yunques de los herreros y los martillos de los zapateros animaban todo, con su extraña melodía de siempre, como para que casi no importara el gris de los primeros rayos del sol de cada mañana, que avisaban de los tonos grises de cada jornada. Salvo, cuando por allí pasaba Laura Aquilina.
La princesa era una niña de unos doce años y, quizás por ello, a alguno se le ocurría imaginarla con los colores de otros tiempos. No era que los añoraran, no. Además, la querían en los tiempos que vivían y, por si fuera poco, sabían por un poeta que era sólo un parecer aquello de: "cualquiera tiempo pasado fue mejor" Pero, tampoco, lo comentaban con nadie, ni a nadie se lo contaban.
Y así estaban las cosas.
Pero, volvamos a la princesa.
A Laura Aquilina le encantaba sestear bajo el gris sol de la tarde. Trataba de encontrar lugares soleados sobre la suave grama gris de los grises jardines de su palacio. Su mejor lugar - lejos - era bajo El Árbol de las Tres Manzanas Grises, donde podía encontrar la suficiente sombra como para que los rayos grises del sol no la molestara en los ojos. Se descalzaba, para que los dedos de su pies disfrutaran del brillo gris del sol. El zumbido de las abejas grises y el aroma gris de las flores le dieron sueño y se durmió. No sabemos, ni lo sabremos nunca - ¿tú, te atreverías a preguntarle a una princesa? -, si tuvo sueños grises. Lo suponemos.
No había pasado mucho tiempo cuando sintió una cosquilla un poco más arriba de uno de sus desnudos tobillos. Sacudió su pies y el cosquilleo paró. Luego sintió cosquillas en el dorso de su mano izquierda, apoyada en la hierba. Le molestaba y volvió a sacudirse. Las cosquillas pasaron a su nariz y esto sí le molestó mucho. Hasta despertarla del todo.
Laura Aquilina abrió sus ojos y miró la punta de su nariz. Los ojos, como bien has de suponerlo, se le cruzaban un poco. Había algo allí. Algo no muy grande y con muchos colores. Como una flor de otros tiempos, como le oyó decir a Reina Abuela una vez que soñaba en voz alta, dormida en su mecedora.
El algo de colores saltó de su nariz a su pecho, y se sentó allí.
-¿Ya estás despierta? - preguntó "el algo", con timidez.
-Sí - suspiró Laura Aquilina -. Estoy despierta pero quisiera no estarlo. ¿Qué deseas que haga por ti?
El algo de colores, fuera lo que fuera, no había dicho por qué era que quería que Laura Aquilina se despertara, y cuando la princesa se sentó para verlo mejor, esto hizo que el pequeño ser se cayera a la grama gris.
-¡Un gnomo! - dijo Laura Aquilina -. El gnomo más hermoso, ¡me imagino!
-No. No soy un gnomo - respondió el algo de colores -. Soy un ogro.
-¿Qué dices? ¿Un ogro?... ¡Por favor! Los ogros son grandes, muy grandes y, con sus inmensas manos y sus enormes pies, destrozan y aplastan todo lo que existe sobre la tierra. Además, se ven sucios con sus desarregladas barbas...
-¿Tú has visto en tu reino algún ogro tan grande y feo? - le preguntó el pequeño ser de colores, con la pícara sonrisa de quien se sabe la respuesta.
-Bueno, no. Pero Rey Padre, Reina Madre y los Reyes Abuelos creo que sí, porque siempre me hablan mucho de ellos. Incluso, me recomiendan que ni les dirija la palabra porque son muy peligrosos - le contestó Laura Aquilina -. ¿Podrías ser tú un ogro bebé? - preguntó de inmediato, pensando que era probablemente un niño pequeño que ya deseaba ser una persona mayor.
-No - fue la respuesta -. Ya crecí por completo. Soy un ogro miniatura.
-Quisiera oírte gruñir dando manotazos y golpes sobre la tierra con tus pies.
-Los ogros miniaturas no gruñimos y, menos, damos manotazos y golpes con nuestros pies como gnomos malcriados. Hacemos otras cosas. Nos gusta...
-Dar pasos de siete leguas - dijo riendo Laura Aquilina, mientras pensaba para sí: "Y, despertar a los que duermen", pero esto último no se lo dijo.
El ser de colores, entre tanto, empezó a dar brincos y brincos, pasando de un color a otro con tanta rapidez que Laura Aquilina se imaginó que así de bellos se tendrían que ver los arco iris, si saltaban, cuando su reino aún no era gris.
-Me has hecho enfadar. Iba a decirte que nos gusta contar cuentos. ¿Por qué no crees que soy un ogro?
-Está bien - respondió Laura Aquilina, pensando en los sentimientos de ese ser pequeño que, quizás, sólo se acercó como un nuevo amigo -. Tú eres un ogro de verdad y ¿qué le gustan comer a los ogros?
-Niñas, y mejor si son princesas - dijo Ogro Miniatura.
-¿Qué? ¿No te parece que soy muy grande para que me puedas comer?
-¡Ten cuidado! ¿Estás segura de ello? No conoces de qué soy capaz, como para estar provocándome. - dijo Ogro Miniatura, con una calmada sonrisa -. Ya que hablaste de comer, ¿qué tienes para ofrecerme? Tengo un hambre horrible. En toda esta semana que llevo de viaje, sólo he comido, y poco a poco, de las provisiones que traía. Acaban de terminárseme esta mañana, al desayuno.
-Te invitaré a comer en palacio. Comenzaremos con una ensalada de verduras, seguiremos con una sopa de vegetales, un sándwich de pan de centeno con salmón y ostras - para culminar - de postre, con una torta de manzana, salpicada de mermelada de melocotón. ¿Te parece? - preguntó Laura Aquilina que, de sólo pensar en la cena que ofrecía, ya le estaba dando mucha hambre.
-Todo suena muy sabroso. Lo último más. Me gustan mucho los aromas y el sabor de las manzanas y los melocotones. ¿Me llevas en uno de tus hombros?
-Se supone que los ogros dan pasos muy grandes - replicó Laura Aquilina - pero según veo, tú, no. Ven, te cargaré.
-No te preocupes - le dijo Ogro Miniatura, que desplegó un pequeño par de alas surgidas desde el centro de su espalda y se alzó con mucha elegancia por el aire -, los ogros de nuestra especie volamos. Quiero ir en tu hombro para contarte algunos cuentos mientras llegamos.
Ogro Miniatura voló varias veces alrededor de la asombrada Laura Aquilina, que notaba, por primera vez desde hacía tiempo, la maravilla de los colores, contrastando sobre el fondo gris de todo su mundo. Sonrió - sintiéndolo cada vez más como a su nuevo amigo - cuando aterrizó, finalmente, sobre su hombro.
-Siéntate y, tranquilo, comienza a contarme un cuento - dijo Laura Aquilina -, tenemos un largo camino. Hoy me separé mucho del palacio. ¿Quieres una fruta?
-Lo sé, te vi cuando salías y te acompañé hasta este lugar - respondió Ogro Miniatura -. Y, por mi hambre no te preocupes. Mientras cuento no siento nada más que las palabras que digo. Creo - mejor te diría: estoy seguro - que hasta me alimento con ellas. Ya te darás cuenta cómo se logra esto, y de su importancia.
Comenzaron a recorrer el largo camino que va, desde El Árbol de las Tres Manzanas Grises, hasta las puertas del palacio. Ogro Miniatura iba narrando, serenamente.


Del libro de Armando Quintero Laura Aquilina y el Ogro Miniatura


No hay comentarios:

Publicar un comentario