miércoles, 14 de enero de 2015

... ni cuatro sin cinco

 
  
Texto e ilustración de Armando Quintero
PERTENECE AL LIBRO: UN PUPITRE DOBLE CON UN TINTERO AL CENTRO
 
Nota para los lectores:
este es el quinto poema ilustrado, continúo creando más ilustraciones.  
Hasta completar la totalidad de los treinta textos que integran el libro.  
Es decir, los dejo con las ganas de leer los otros poemas.

martes, 13 de enero de 2015

... Tampoco deja de haber tres sin cuatro

 
 
Texto e ilustración de Armando Quintero
PERTENECE AL LIBRO: UN PUPITRE DOBLE CON UN TINTERO AL CENTRO


Y, como no hay dos sin tres: otro poema narrable.

 
 
Texto e ilustración de Armando Quintero
PERTENECE AL LIBRO: UN PUPITRE DOBLE CON UN TINTERO AL CENTRO

Otro poema narrable

 
 
Texto e ilustración de Armando Quintero
PERTENECE AL LIBRO: UN PUPITRE DOBLE CON UN TINTERO AL CENTRO

sábado, 10 de enero de 2015

Un poema narrable

 
Texto e ilustración de Armando Quintero
PERTENECE AL LIBRO: UN PUPITRE DOBLE CON UN TINTERO AL CENTRO


jueves, 9 de octubre de 2014

Seguir al corazón


              No sé cómo contarte esto, ni qué otro nombre ponerle a esta historia.
            Te comento que, sencillamente, seguí unos corazones. Hace ya bastantes años. Más de sesenta, tal vez. Aquí tienes el cuento completico.
            A tu abuela la conocí cuando ella llegó al salón, unos minutos antes de comenzar nuestro tercer o cuarto día de clases.
            Sexto Grado ya había entrado al aula y ella pidió permiso para hacerlo.
            Al escuchar su voz, la miré. Era “la nueva”, la que venía por primera vez a este colegio y la maestra estaba esperando. Y era tan hermosa como ahora.
Durante toda la clase, ella me miraba. Y yo, también, la miraba.
Ambos, como haciéndonos los distraídos, por supuesto.
¡Nunca demoró tanto la hora de salir al recreo.
Ni la salida al patio. Por su apellido, ella salía entre los primeros.
La encontré a la sombra del jazminero más grande. Sola.
De pronto, ella me dijo algo. Yo, también.
Nunca hemos podido recordar qué fue lo que nos dijimos. Pero, poco a poco, las conversaciones nos acercaron cada vez más.
            Y comenzamos a encontrarnos fuera de los horarios anteriores.
Nunca nos faltaron argumentos para hacerlo: estudiar para un examen, ir a la biblioteca pública, adelantar materias, realizar un trabajo de equipo…
Un día llegamos antes de hora y nos fuimos hasta el café que estaba en la esquina de nuestra escuela. Hasta una mesita que quedaba al fondo.
Ella se había enamorado de mí. Y yo de ella, también.
Ella esperaba que yo se lo dijera. Pero nada. Yo no sólo parecía tímido. Lo era. Muy tímido. Demasiado.
Ella recordó que un día le había comentado que mi abuela siempre me decía: “Hay que seguir al corazón, lo que te dicta el corazón”.
Y se le ocurrió la idea.
Ella, como siempre, llegaba antes que yo a la mesita del café.
Aquella tarde, desde la entrada, vi que ella no estaba allí.
Y me fui a sentar en la silla. Para esperarla. La silla que miraba hacia la entrada, como siempre. Me encontré una pequeña nota en la mesita, debajo del servilletero. La leí. “¡Sigue los corazones!”, decía. Reconocí la letra de ella, inconfundible en sus casi garabatos.
Desde la vieja mesita hasta la entrada, vi que había unos pequeños corazones que había pasado por arriba, sin mirarlos siquiera. Eran casi del tamaño de una uña del dedo pulgar.
Como un mensaje que quería ser como clandestino. O parecerlo.
            Desde allí, hasta la acera de enfrente, cada tanto, más corazones.
            Muy visibles ahora para mí. Luego seguían por la pared de nuestra escuela, por los pasillos y las escaleras, hasta llegar al salón de clase.
            Al entrar, ella estaba en su lugar de siempre.
            En el puesto donde me sentaba, sobre una pequeña barra de chocolate, otro corazón. Yo le sonreí. Ella, también.
            Partí la barra de chocolate por la mitad y le alcancé uno de los trozos.
            Ambos nos comimos las dos mitades, lentamente, sin decir palabras.
            Y cuidándonos que la maestra no nos descubriera.
            De pronto, sonó la campana. Al salir al recreo, ella estaba esperando bajo el jazminero. Con el corazoncito de papel sostenido en mi mano izquierda tomé la mano de ella. Noté que allí, también, había otro corazoncito.
            Y le sonreí de nuevo. Ella también. Presioné su mano por unos segundos. Y la miré a los ojos: ¡profundamente hermosos! Ella me devolvió la mirada. Y presionó mi mano. Sin una palabra por lo que estaba ya dicho.
            Ambos nos fuimos a caminar por los pasillos tomados de la mano. Y, luego, hacia el salón de clase. Los corazones de ambos latían. Los de papel, también.
            El aroma de los jazmineros del patio de la escuela revoloteaba en el aire.

            Nítido, como el arrullo de las dos palomas que se oían desde los tejados.

Texto: Armando Quintero (una versión nueva de un cuento viejo) Ilustración: pintura de Joan Miró

lunes, 22 de septiembre de 2014

LITERALES con ARMANDO QUINTERO


Mini cuentos para pintores
LAS MANOS EN LA CUEVA
Tal vez, dentro de muchos años, no estemos habitando esta cueva. Pero hemos pasado muchos soles y muchas lunas para pintar estos toros, bisontes, renos y caballos. Incluso, hasta nuestras ceremonias de cacerías. Y, ¡nos han quedado tan hermosas! Sería de lamentar que, quienes lleguen después de nosotros, no se enteren de sus hacedores. Pido que, uno por uno, pintemos la palma de nuestra mano izquierda. La del corazón, porque fue con el sonido de sus pulsaciones que logramos lo creado. Nos reconocerán, por nuestras huellas porque, como cazadores lo sabemos, ninguno de los pulpejos de nuestros dedos es similar a los de las manos del otro - con estas palabras,  llenas de gestos y movimientos, se expresó la joven artista rupestre ante los integrantes de su clan, al terminar de cubrir los muros de la cueva de Lascaux.
POR UN PAR DE ANTEOJOS
Escuchen cómo se expresan esos llamados críticos y especialistas en arte. Como siempre: puras palabras que sobran, y poca pintura que muestran. Sólo les pido que guarden el secreto de cómo sucedió esto y, por supuesto, traten de experimentarlo. ¡Me resulta muy divertido pero, sucedió así! Me olvidé de mis anteojos. Como no quise desaprovechar lo caminado, no me regresé a buscarlos. Esto me permitió pintar como lo hice. Y, si ustedes lo hacen, entre todos, encontraremos un nuevo modo de pintar nuestros lienzos. Y, hasta crearemos, posiblemente, una novedosa escuela que, esos que ahora hablan, ya le encontrarán un nombre para llamarla – decía Claude Oscar Monet, en un rincón de la galería, ante Édouard Manet, Pierre – Auguste Renoir, Camille Pizarro y un grupo de alumnos y amigos.
Todos se miraron, como dispuestos a guardar un silencio cómplice.
LEYENDA PERSONAL
La gente habla y habla cuando uno ha decidido ser algo más que el consumero que siempre han conocido. Así han tejido muchas leyendas sobre mi persona – comentaba para sí Henri Rousseau ante su “La gitana dormida”, recién pintada -. Nunca conocí los animales y las selvas que pinto. Nunca estuve en África, ni en México. Nunca me dieron clases de dibujo, ni pintura. Por años sólo fui un guardia en la Dirección de Impuestos de Paris. Nunca un aduanero. Pero, cuando noté que, amanecer cada día para hacer las mismas cosas, me volvía la mirada gris, como los niños, dejé que saliera hacia fuera el arco iris que llevo dentro. Ahora, después de tantos años, he logrado concretar mi obra. Ésta es mi verdadera leyenda personal. Yo soy como esa gitana que duerme en las desoladas arenas bajo la luz de la luna, vestida con un traje de arco iris, cubierta su cabeza por un manto, al lado de una jarra de agua y una mandolina. Ella viaja así. Y, como yo, se realiza en sus sueños. Va apoyada en su bastón y protegida por ese león de cola alzada que la olfatea, mientras vigila atento que nadie interrumpa los pasos de sus viajes por los estupendos y desconocidos países que recorre.
Los textos pertenecen al libro Sucedidos de Armando Quintero.

Fueron publicado el sábado 20 de septiembre en Literales de TalCual, página 15.