jueves, 30 de abril de 2015

Silencio total




La ciudad dormía entre las agudas puntas de sus torres.

Un hombre y una mujer avanzaban sigilosos por sus calles.

El manto oscuro de la noche los cubría y les permitía moverse sin ser vistos. Sobre él brillaba una luna nueva como una afilada cimitarra

De pronto, el hombre le hizo una seña a la mujer para que se detuvieran. Por una de las calles, al fondo, se acercaban cuatro hombres fornidos iluminados con una lámpara de aceite. Sin mediar palabras, el hombre amarró a la sorprendida mujer con unas cuerdas.

En voz baja, casi en su oído, le habló:

            —Ya sabía yo qué lo de  “sésamo, ¡ábrete!” y “¡sésamo, ciérrate!” nos serviría. Y, no hay dudas de ello. Bien que hicimos al seguir los pasos de mi avaro hermano Cassim hasta la cueva donde escondía todos sus tesoros. Que nunca nos descubriera fue milagroso, o parte de ese descuido proverbial que se le atribuye a los tacaños —comentó Alí Babá a su fiel esclava Morgiana. ¡Se lo agradezco a Alá todopoderoso! Como siempre le agradezco a mi abuelo que fuera tan buen fabulador y me entrenara en ello desde pequeño. Así, logré inventar lo de la cueva de los cuarenta ladrones. Con detalles tan vivos y convincentes como para que todos los vecinos, incluso Cassim, lo creyeran. Agradezco tu gran ayuda. Eso sí, debo confesarte que, con el abuelo, aprendí a ser muy cuidadoso de la suerte. Por ello, reparto del tesoro con los vecinos. Y me aseguro que no nos harán preguntas. Pero, hay algo más. Lo lamento. Nunca he desconfiado de ti, es sólo que alguien puede hacerte hablar demasiado. Ya inventaré una historia para explicarlo: ¡He ordenado que te corten la lengua!

Los cuatro hombres terminaron de acercarse.

La cimitarra de la luna nueva tembló en medio del manto de la noche.

Texto: Armando Quintero, versión nueva de un cuento viejo. Ilustración: imagen de portada de Las mil y una noches.
 

domingo, 26 de abril de 2015

Una cabeza que se asoma detrás del sofá (segunda versión)




La suegra dijo que ella misma se encargaría de comprar las flores para llevar al cementerio a la tumba de su propia hermana y de su madre, porque hoy era fechas de muertas. Sí, ya tendrá que comprarlas ella, las benditas flores. Como siempre, la suegra dirá que se le olvidó porque ha tenido mucho trabajo y gastos. Más que suficientes, con los nuevos arreglos que están haciendo en la casa. ¿Sabrá que hay que desmontar las puertas para pintar y, sobre todo, atender muy bien a las personas que trabajan en casa de uno? La mañana estaba diáfana, como regalada para sentirse bien. Se puso de pie y abrió el balcón para luego iniciar la preparación del más que abundante almuerzo. ¡Qué fiesta, qué fresco hacía! Siempre tenía esa impresión cuando, con el leve chirrido de las bisagras, que ahora le pareció oír, abría de par en par la ventana del balcón y salía hacia el aire libre. ¡Qué fresco, qué calma sentía! Más silencioso que éste es el aire a primera hora de la mañana, luego de una buena noche con Raúl, su marido. Entonces se le cruzó lo que habló con Ernestina, molesta, porque estaba harta del abuso de esos viejos, tanto, que si los hubiera conocido antes, no se hubiera casado. Vienen siempre sin avisar,  a que uno les sirva el almuerzo, la merienda y, también, a llevarse algo de comer como para dos o tres días. Porque a su suegra, ella misma lo dice y lo repite hasta el cansancio, no le gusta cocinar. Sin embargo, una sensación recorría su cuerpo, mientras estaba de pie ante el balcón abierto. No era el aire fresco. Algo iba a ocurrir en esa casa. Lo que nunca pensarías tú, no es necesario que te lo jure, es que Antoñito, con toda la inocencia de sus cuatro años, asomaría la cabeza detrás del sofá donde estaban sentados los suegros recién llegados, esperando que les invitaran a pasar al comedor, y dijera, a toda voz:

—Abuelos, ayer mamá le dijo a Ernestina que está harta de ustedes y que si los hubiera conocido antes no se hubiera casado con papá.

Texto: Armando Quintero. Ejercicio: escribir un texto narrativo en estilo indirecto libre sobre el tema Un hombre o una mujer vive un momento incómodo ante sus suegros. Realizado  para presentar en el Taller del Profesor Fedosy Santaella del Diplomado de Narrativa Contemporánea 2015 que venimos realizando.  Ilustración: Niño detrás de un sofá, tomada de GOOGLE del blog de  gettyimages, Autora de la fotografía, Lisa Mckelve.

jueves, 23 de abril de 2015

Ante la enorme puerta




            Su abuelo siempre le había contado de aquella enorme puerta, antigua y  bien cerrada.   Enclavada en la montaña. Esa que se eleva en medio de un extenso valle atravesado por el río que baja desde su cima, el mismo río que casi bordeaba nuestro pueblo, le había dicho, Todos los que sabían sobre ella, estaban seguros que, dentro de la montaña, había algo oculto. Pero nadie, nunca, había encontrado la llave que permitiera abrirla. Aunque intentaron hacerlo por todos los medios y con todos los recursos, sin lograrlo. La puerta, había resistido los embates. Ni con palabras mágicas, ni con ensalmos y menos con oraciones, la antigua puerta fue abierta por nadie. Una vez, siguió diciendo mi abuelo, una pareja de enamorados que venían bajando la montaña, después de subirla desde su otro lado,  siguiendo el delgado curso del río en un verano intenso, encontraron en una de sus orillas, debajo de una piedra que reverberaba, un viejo manojo de llaves. Cuando, por fin, llegaron al pie de la antigua puerta cerrada, comprobaron que una de las tantas llaves calzaba perfectamente en su cerradura. Al abrirla, se encontraron con una habitación iluminada que tenía una mesa pequeña con una llave en su centro y otra puerta cerrada a su fondo. Abrieron la nueva puerta y, otra vez, una habitación iluminada, una mesa, una llave, otra puerta cerrada. Continuaron desde allí, hasta abrir cuatrocientas noventa puertas más. Agotados, en común acuerdo, los enamorados decidieron detener su recorrido. Juraron, mutuamente, parados ante esa última puerta no decir nada de nada, a nadie. Se regresaron y cerraron con su llave la cerradura de la puerta enclavada en la montaña. Luego, se acercaron a las orillas del río, en su sitio más caudaloso, y lanzaron la llave al centro profundo de sus aguas. Muchos años después, la mujer, en su lecho de muerte, le contó esta historia. Los ojos del abuelo mostraron un brillo.

—¡Qué lástima!—me comentó. Detrás de la antigua puerta cuatrocientos noventa y uno hubieran encontrado el verdadero Jardín del Edén. Eso sí, no puedo decirte cómo lo supe.
 
Texto: Armando Quintero. Ejercicio para presentar en el Taller del Profesor Fedosy Santaella del Diplomado de Narrativa Contemporánea 2015 que venimos realizando.  Ilustración:  detalle de una puerta antigua tomada de Google.

domingo, 19 de abril de 2015

Una cabeza que se asoma detrás del sofá



 
Su suegra le dijo que ella misma se encargaría de comprar las flores para llevar al cementerio a la tumba de su propia hermana y de su madre, porque hoy era fechas de muertas. Sí, ya sé –pensó– terminaré comprándolas yo porque, como siempre, luego me dirá que ha tenido mucho trabajo y gastos, más que suficientes, con los nuevos arreglos que están haciendo en su casa, que había que desmontar las puertas para pintar y, sobre todo, atender muy bien a los obreros. ”Más que atenderlos, vigilarlos, porque el ojo del amo engorda al ganado”, le agregaría su suegro. Y entonces pensó: qué mañana diáfana, como regalada para sentirse bien. ¡Qué fiesta! ¡Qué fresco! Siempre tuvo esa impresión cuando, con el leve chirrido de las bisagras, que ahora le pareció oír, abría de par en par la ventana del balcón y salía al aire libre. ¡Qué fresco, qué calma! –se dijo– ¡Más silencioso que éste, desde luego, es el aire a primera hora de la mañana, luego de una buena noche con mi marido! Pero, no, claro que no, Ernestina. Estoy harta del abuso de esos viejos. Tanto, que si los hubiera conocido antes, no me caso con él. Vienen siempre sin avisar,  a que uno les sirva el almuerzo, la merienda y, también, a llevarse algo de comer como para dos o tres días. Porque a su suegra, ella lo dice y lo repite hasta el cansancio, no le gusta cocinar. Sin embargo, con la sensación, mientras estaba de pie ante el balcón abierto, de que algo horroroso estaba a punto de ocurrir este día.

—Lo que nunca pensé, Ernestina, no es necesario que te lo jure, es que Antoñito, con toda la inocencia de sus cuatro años, asomara la cabeza detrás del sofá donde estaban sentados mis suegros y les dijera a toda voz:

—Abuelos, ayer mamá le dijo a Ernestina que está harta de ustedes y que si los hubiera conocido antes no se hubiera casado con papá.

Texto: Armando Quintero. Ejercicio: escribir un texto narrativo sobre el tema Un hombre o una mujer vive un momento incómodo ante sus suegros. Realizado  para presentar en el Taller del Profesor Fedosy Santaella del Diplomado de Narrativa Contemporánea 2015 que venimos realizando.  Ilustración: Niño detrás de un sofá, tomada de GOOGLE del blog de  gettyimages, Autora de la fotografía, Lisa Mckelve.

viernes, 17 de abril de 2015

Dos comentarios y un cuento

DE ARMANDO QUINTERO A CHARLES CHAPLIN
Cuando el hombre, como el abuelo, aprenda a leer en el libro de la lluvia, a reconocer en los astros su morada primigenia, a sumar que no a dividir y a convocar siempre la vida, por encima de toda muerte, entonces habremos comenzado en verdad a convertirnos en seres con pensamientos mágicos y en gente capaz de restituirle a esta triste planeta su condición jardinera, su dimensión de finita estación solar, su rúbrica de amor enastada en el bajel de la eternidad. Y en ese espejo sideral, por primera vez, nos reconoceremos como hermanos, capaces de desplegar en el viento el secreto de esa flor de sonrisas sembrada en el corazón de los abuelos y los niños.
 
Mery Sananes
 
 
 
¿QUÉ HACES, ABUELO?

La abuela asevera que Sarita se parece mucho a su abuelo, en casi todo.

Mira, es como si él hubiera nacido de nuevo, pero con faldas – le dice, al alcanzarle una foto vieja - Ni más, ni menos.

Sarita piensa, al ver la foto de su abuelo cuando niño, que es verdad. Y lo disfruta.

El abuelo de Sarita tiene unas cejas pobladas y un bigote canoso y abundante. Como si al frente tuviéramos a Groucho Marx, en persona, teñido de blanco.

¿Qué quieres ahora? – le pregunta el abuelo, al sentir que los dedos de Sarita restriegan sus cejas y bigote y, luego, mira con cuidado su mano.

Nada. Sólo quería saber si los tenías pintados.

Una tarde lluviosa, el abuelo estaba muy cerca del ventanal abierto de la sala.

¿Qué haces, abuelo? – preguntó Sarita, que lo observaba desde hacía rato.

Escucho el libro de la lluvia – respondió el abuelo, con una sonrisa.


¿Escuchas un libro? Un libro se lee, por tanto se ve y no se escucha.

Ven, acércate y ponle mucho cuidado a los sonidos – sugirió el abuelo.

Y Sarita aprendió que las gotas de lluvia no suenan igual al caer sobre el agua, sobre las hojas de los árboles, las baldosas, el cubo de basura o los cristales.

Abuelo, ¡es música! – dijo Sarita, asombrada – La lluvia tiene una orquesta.

Una noche de luna, clara y estrellada, el abuelo estaba en el centro del patio.
Miraba al cielo y hablaba entre dientes.

¿Qué haces, abuelo? – preguntó Sarita, acercándose.

Llamo a las estrellas por sus nombres.

Y Sarita aprendió, primero, a reconocer a las estrellas porque titilan. Supo dónde están Sirius, Aldebarán, Arturo, Cástor y Pólux. Y supo de la Estrella Polar, y del nombre de muchas otras que ya ni recuerda. Luego aprendió a distinguir a algunas constelaciones.

Una mañana el abuelo estaba en la mesa de la cocina, como sacando cuentas.

¿Qué haces, abuelo? – preguntó Sarita, al verlo.

Estoy tratando de resolver un problema sin dividir.

¿No me digas que no sabes dividir?

Si. Pero no me gusta. Y si puedo evitarlo, prefiero no hacerlo.

La manga siempre larga de la camisa del abuelo estaba recogida. Sarita vio, por primera vez, algo que nunca había visto. En el brazo de su abuelo había unos números tatuados.

Sarita recordó esos sueños que a veces tenía, con los hombres de uniformes y cascos oscuros que persiguen los reflejos de una luz diferente en las personas.

¿Qué haces, abuelo? – preguntó Sarita - ¿Porqué los ocultas?

No, Sarita. No los oculto. Les pongo un velo para que la muerte sepa que no la olvido pero, siempre, voy a enfrentarla con más vida.

Sarita aprendió así del humor resistente, como una flor de sonrisas, de su abuelo. Supo de la ternura de su caminar y de lo constante y solidario de su hacer.

Y supo por qué, desde que vio una película muda de Charlie Chaplin, sintió que su abuelo se parecía, en casi todo, a él.



ARMANDO QUINTERO LAPLUME
Cuentos de la Vaca Azul

lavacazul@gmail.com
Armando

No todos tus cuentos me gustan por igual. Y así debe ser. Sólo que hay algunos especialísimos, donde toda tu magia, tu sabiduría y tu amor, se te salen a rienda suelta. Y este cuento es uno de ellos. Tal vez porque siempre imaginé el libro de la lluvia, porque siempre he querido aprender a nombrar las estrellas, porque siempre he soñado en no tener que dividir. Y porque todos los días trato de parecerme más a ese abuelo, para que mis nietos algún día me recuerden así, como lo hace sarita. Torpe para las cosas útiles, difícil para cumplir un horario y llenar un formulario, pero siempre intentando leer el libro de la vida que está allí frente a nosotros aguardando que comencemos alguna vez a encontrar nuestro propio abecedario.
 
Mery Sananes

Tomado del blog http://embusteria.blogspot.com/2006/05/embusterias-de-abuelo_29.html